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Un año después del horror de fukushima, los gobiernos siguen apostando por la energía nuclear

La central nuclear de Fukushima está bajo aparente control, pero casi un año después del accidente más grave desde el de Chernóbil la planta de Daiichi es aún una «zona cero» que desafía día a día la radioactividad. Fukushima no ha servido de aprendizaje, pues en casi todos los gobiernos mantienen intactas sus políticas nucleares.

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Garazi MUGERTZA

El recelo de los nipones hacia las plantas nucleares y hacia la radiactividad en los alimentos ha ido progresivamente en aumento desde el accidente nuclear en la central de Fukushima Daiichi. El movimiento antinuclear -reducido aunque cada vez más fuerte en el caso de Japón- alzó la voz tras aquel 11 de marzo, como lo hizo hace 26 año tras la catástrofe de Chernóbil, en Ucrania, para decir una vez más «no» a las centrales atómicas.

Tras la confirmación por parte la compañía TEPCO que los reactores dañados por el tsunami se mantienen, de forma estable, por debajo de los 100 grados centígrados, los trabajadores se centran ahora en evitar filtraciones y preparar la retirada de las varillas de combustible nuclear, una operación de gran dificultad que necesitará por lo menos 25 años para ser completada y 15 años más para el desmantelamiento definitivo de los reactores dañados.

No obstante, uno de los grandes problemas que han tenido que afrontar los operarios durante este año ha sido la acumulación de agua contaminada en la central. Buena parte de ella se almacena en un millar de contenedores con una capacidad total para 165.000 toneladas de líquido.

Hasta ahora se han registrado casos de contaminación en carne vacuna, té, arroz y leche en polvo infantil, aunque las autoridades han descartado que los niveles detectados supongan un riesgo importante para la salud. Sin embargo, estos no ha impedido que la ciudadanía desconfíe de dichos alimentos, por lo que el Gobierno se ha visto obligado a ser más estricto con los límites exigidos para su venta.

La zona más afectada, sin duda, es la que rodea la central nuclear. 80.000 personas que tuvieron que ser desalojadas precipitadamente no tienen aún fecha de regreso.

En el área trabajan desde principios de año equipos de las Fuerzas de Autodefensa para descontaminar los edificios públicos, mientras que se prevé que empresas privadas se encarguen de limpiar el resto. Siempre hay negocio tras la desgracia.

Aunque lo peor y más significativo no es ni los 40 años que harán falta para deshacerse, simplemente, de los maltrechos reactores, ni la contaminación en la «zona cero», el agua y los alimentos, sino que la alarma generada por el accidente no haya frenado la expansión de las centrales atómicas.

El desastre nuclear reavivó en la Unión Europea el terrible recuerdo de Chernóbil -aún fresco entre los ucranianos- y llevó a Bruselas a hacer un balance sobre la seguridad de sus plantas, cuyos resultados finales se conocerán en junio. Sin embargo, salvó un acento sobre la seguridad, Fukushima no ha supuesto grandes cambios en los planes nucleares en Europa.

Salvo la canciller alemana, Angela Merkel, pocos han anunciado el cierre de sus centrales y el fin de nuevas construcciones. Una decisión adoptada gracias a la existencia de un fuerte activismo antinuclear en el país. Actualmente existen 63 reactores en construcción en quince países y están proyectados otros 156.

EEUU puso fin el año pasado a una moratoria nuclear de más de 30 años con la aprobación de la construcción de dos nuevos reactores. La moratoria fue establecida en 1979, tras el accidente de un reactor.

Rusia posee nueve reactores en funcionamiento y prevé duplicar su producción de energía atómica en los próximos años.

Tampoco China planea modificar su política energética, con una veintena de reactores en construcción, trece en funcionamiento y la ambiciosa intención de llegar a los cien para 2030, cifra similar a la de EEUU.

En el caso de América Latina, solo Venezuela ha reaccionado ante Fukushima anunciando la congelación de los planes preliminares del programa de energía nuclear. Argentina y Brasil siguen con sus planes. El primero puso en marcha a finales de setiembre las operaciones de la central nuclear de Atucha II, tercera del país. El Gobierno brasileño afirmó que la política nuclear no sería modificada al no existir riesgos de terremoto o tsunami.

El Gobierno indio tampoco ha variado su proyecto de levantar una central nuclear con seis reactores en Jaitapur, una zona de gran actividad sísmica.

Dicen que de la experiencia se aprende, pero hay quien tropieza una y otra vez en la misma piedra, sobre todo si eso supone tener los bolsillos más llenos.

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