George Clooney no ha tenido mucha suerte este año en los Óscar, y no porque las dos películas por las dos películas con las que competía no fueran realmente buenas, sino porque la competencia ha sido más fuerte que nunca. «Los idus de marzo» tuvo cuatro nominaciones en los Globos de Oro, pero en los Óscar se quedó con una sola nominación al Mejor Guión Adaptado. Por casualidades de la vida, finalmente la ganadora resultó en esa categoría «Los descendientes», donde Clooney se limitaba a actuar. Es lógico pensar que habría preferido ver premiada su nueva colaboración con Grant Heslov en la escritura de la adaptación de la obra teatral de Beau Willimon, inspirada a su vez en la campaña presidencial en el 2004 del candidato del Partido Demócrata Howard Dean, que fue vencido por John Kerry.

Aunque Clooney se reserva el papel del candidato en cuestión, prefiere ceder el protagonismo a Ryan Gosling como el joven asistente que lleva su campaña, para así concentrarse mejor en la labor de realización, en la que ya se le puede considerar experto, pues «Los idus de marzo» es su cuarto largometraje ocupando la silla de director.

El título de la obra original homónima es una inequívoca referencia a la tragedia de Shakespeare «Julio César», por cuanto el tema central es el de la traición. La película sirve para recordar que en la lucha por el poder hay cosas que nunca cambian, si bien el argumento introduce matices con respecto a los clásicos del cine político estadounidense. La figura del asistente ya no es la del ingenuo idealista desengañado por la corrupción que va descubriendo, al ganar en ambigüedad, dado que termina siendo en parte una víctima de su propia ambición. La ajustada interpretación refleja esa tensión interna.