Patxi López perdió ayer su último tren. Había expectación por saber cuáles iban a ser sus propuestas para encarar el nuevo tiempo, y el líder del PSE desaprovechó toda opción de aportar algo de enjundia como lehendakari. Hace tres años accedió a Ajuria Enea gracias a la exclusión de la izquierda abertzale y, por tanto, sin contar con el respaldo mayoritario de la ciudadanía -los datos del último Euskobarómetro son elocuentes en este sentido-, pero gracias a ello le ha tocado vivir al frente de Lehendakaritza una situación histórica como la que en este momento vive la sociedad vasca, y ha tenido oportunidades para contrarrestar su falta de legitimidad con liderazgo. Pero no ha aprovechado ninguna de ellas.

El anuncio de ETA le cogió a miles de kilómetros de Euskal Herria, encerrado en un vagón que tenía como destino Nueva York pero que en realidad no iba a ninguna parte. Probablemente el lehendakari era el único responsable político que no sabía dónde le tocaba estar el 20 de octubre. Cuatro meses y medio después compareció en la Cámara y lo hizo con un discurso decepcionante, que en algunos apartados supone incluso un retroceso respecto a anteriores intervenciones. La primera parte de su exposición, profundamente escorada, centrada en un relato de parte que no convence a la mayoría de la sociedad, precedió a una lista de propuestas de poco peso y escaso futuro. La de ayer en el Parlamento fue una sesión frustrante, cuyo colofón fue el aplazamiento del debate sobre la ponencia que en principio iba a dar cauce a su hoja de ruta. Su discurso no había dejado mucho margen para el acuerdo.

Ningún mandatario lo ha tenido más fácil que él para dejar su impronta en un proceso que lleve a este país a un escenario de paz justa y duradera. Le bastaba con aprovechar la coyuntura y atender a lo que demanda la ciudadanía. Sin embargo, se ha mostrado incapaz de hacerlo. Si lo que López expuso ayer es todo lo que puede ofrecer, será mejor que se haga a un lado.