Ya le habíamos perdido la pista a la prometedora cineasta escocesa Lynne Ramsay, que se despidió de los rodajes tras ganar el Premio FIPRESCI de la crítica internacional en Donostia Zinemaldia de 2002 con su segundo largometraje, «Morvern Callar». Tan largo silencio no ha sido por voluntad propia, sino forzado por una mala racha de circunstancias adversas. Todos sus esfuerzos los volcó en el proyecto de adaptación del libro de Alice Sebold «The Lovely Ones», incluso antes de que fuera publicado. Al convertirse después en un best seller, los derechos pasaron a manos de Spielberg y de Peter Jackson, quien fue el que finalmente realizó la película homónima con resultados poco satisfactorios. Para Lynne Ramsay no solo se trató de una crisis creativa, sino también de índole personal, ya que su salida del proyecto coincidió con la muerte de su guionista y estrecha colaboradora Liana Dognini.

Una vez olvidada la adaptación que no pudo ser, la realizadora escocesa encontró otra novela con la que poder volver a la actividad fílmica, la de Lionel Shriver. Trata el tema de la violencia en los menores, que ya había tratado de forma experimental en su ópera prima de 1999 «Ratcatcher». El tratamiento cambia en «Tenemos que hablar de Kevin», porque está enfocado desde la problemática de las relaciones maternofiliales, siendo el punto de vista subjetivo de la madre el que impulsa la narración.

Tilda Swinton es la máxima protagonista y su interpretación le ha valido el Premio del Cine Europeo, además de la nominación al BAFTA y al Globo de Oro. Ella carga con un terrible complejo de culpa, pues siente una enorme responsabilidad ante el peligroso comportamiento de su hijo adolescente. A través de distintas épocas, con distintos actores interpretando al chico en tres etapas de su infancia y juventud, se ilustra esa difícil relación sin seguir un orden cronológico, sino sicológico y emocional. El rol paterno es incorporado por John C. Reilly, quien tiene la desafortunada idea de regalarle a su hijo un arco de competición.