Imanol Intziarte Periodista
Castigado sin salir de casa el fin de semana
Hoy en día, la imagen de El Chimeneas estaría en todas las aduanas bajo la leyenda de «Se busca». No porque fumara en clase, que también, sino por los palmetazos que cascaba a los alumnos con su regla de madera. Se quedaba la palma de la mano colorá, colorá.
El aula de la señorita María Dolores, quien tantos y tantos párvulos desasnó con aquel libro de cuentos, habría sido asaltada por los marines. Su cuerpo reposaría en el fondo del Cantábrico con un perfecto agujerico en mitad de la frente. ¿Pero es que a quién se le ocurre atar a la mesa con un trozo de cuerda al pequeño cabroncete que no paraba quieto?
Al profesor Pedro, con el «don» por delante hace tres décadas, le dio por utilizar el esparadrapo a modo de mordaza. Fue su último recurso para tratar de silenciar, aunque fuese por unos minutos, al dicharachero mozalbete de diez años con incontinencia verbal. El hermano Anastasio, más conocido como El Panzas, tenía especial predilección por las líneas. Cien, quinientas, mil veces la misma frase. «A clase se viene a trabajar, a dejar trabajar y a no molestar». Quienes llenaron cuartillas y cuartillas todavía la recuerdan literal pese al tiempo transcurrido. Actualmente, ambos vestirían mono naranja y capucha negra mientras pasearían por el patio de Guantánamo.
Lo de quejarse a los padres estaba descartado; bajo el paraguas del «algo habrás hecho», lo más probable es que te comieras una hostia en su versión palma abierta, si te trincaba el viejo, o en su menos dolorosa y por tanto preferible versión zapatilla, si caías en las garras de la madre.
Será que nos estamos haciendo mayores, pero no sé en qué cabeza entra que arresten a un padre y le acusen de «detención ilegal» por el hecho de haber castigado sin salir de casa a su hija de 16 años. «Cariño, ten doscientos euros y vete con tus amigas. ¿Que a qué hora? Vuelve cuando quieras, mi amor. Ah, y no te importe despertarme de madrugada para que te vaya a buscar con el coche, ¿vale?».