Montaje de ambiente, de atmósfera, que difumina el primer plano, el detalle. Un espacio único, central, sin apenas elementos escenográficos, que es una declaración de principios pro texto, pro actuación.

Por lo tanto son los actores quienes van construyendo ese mundo decadente que se va descomponiendo, en donde todas las miserias humanas comparecen con todas formas burguesas que las esconden confundiendo el amor con el deseo, la ambición con la solidaridad, la resignación con la bondad.

La dirección de Santiago Segura, que firma también la versión, opta por mantener ese ambiente interior, con una presión exterior evocada, y en su dibujo de conjunto se despreocupa algo de algunos importantes detalles, de la profundización de cada carácter de unos complejos personajes, de cada pieza de ese micro-mundo que se convierte en una alegoría universal de las relaciones, de las convenciones, del dominio jerárquico, de la costumbre y el hábito de sumisión y de una rebeldía aparentemente emocional que conlleva una visión diferente del mundo.

Tiene pulso vital. La historia se entiende, se sigue bien, pero hemos echado en falta algunas interpretaciones más equilibradas, más rotundas y definitivas. De la hipotensión de algunos, a la sobre excitación de otros. Del susurro al grito fuera de intención. Es en esos detalles donde se nos pierde la atención.

El texto está, el ambiente se siente, las formas no acaban de describir tiempo y lugar, pese a las canciones en ruso. Nos faltan unos detalles que cierren esta propuesta para alcanzar un mejor nivel.