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ENTREVISTA A ERIK «EL BELGA»

«Robé el retablo de Aralar por encargo. Me habían dejado la puerta abierta»

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Erik «El Belga»

El mayor ladrón de obras de arte del siglo XX

René Alphonse Ghislain van den Berghe, pues así se llama Erik “El Belga”, vive desde hace tres décadas en Málaga y acaba de publicar sus memorias bajo el título “Por amor al Arte”. Durante sus andanzas de ladrón y falsificador volvió loca a la Interpol. Al final, se entregó en 1982. No se arrepiente. Robó por pasión. Pinta desde los seis años y tiene talento.

Aritz INTXUSTA | IRUÑEA

Desde que dejó el negocio del robo y la falsificación, lleva una vida relajada en Málaga. Pagó sus aventuras con 36 meses de cárcel en la Modelo, tras ayudar a recuperar obras. Ahora acaba de sacar sus memorias y es un buen momento para saber algo más de su mejor golpe, el robo del retablo de Aralar, pero también para conocer un poco más al gran ladrón de guante blanco del siglo pasado.

¿Por qué es este el momento para sacar el libro?

Hay un millón setecientas mil páginas que hablan sobre mí en internet. Y yo no había escrito ninguna. Ni siquiera conozco a quienes las han escrito. Algunas son reales y otras no. Me imputan cosas que no he hecho. Según la Policía, cometía un robo por semana y eso es imposible. Pensé que era el momento para dar mi versión.

¿Llegó la hora de convertir la leyenda en realidad?

No es una leyenda. La mayoría es verdad.

Todos los niños fantasean con ser ladrones de guante blanco. Es romántico. ¿Merece la pena?

He amado muchísimo el arte. No me arrepiento. He disfrutado mucho también. No creo que haya hecho daño. Nadie valoraba esas obras que robaba o compraba. Creo que mis actos han servido para que por fin la gente se fijara en ellas.

Usted ha reconocido que su golpe más lucrativo fue el del retablo de Aralar. Ahora que llega el tiempo de las confesiones, ¿qué puede revelar?

El retablo fue un encargo. ¿Cómo iba yo a saber que esa joya estaba allá? Ni siquiera hay un pueblo al lado, ni un hotel. Además, es una pieza única en el mundo. No existe otro retablo de esa época. Me dijeron el lugar y también la fecha.

¿Hubo colaboración desde el interior?

Hombre... Sabía qué día tenía que ir y la ventana estaba abierta, esperándome. La puerta, también. No creo que fuera casualidad. Me la abrieron.

Pero, la pregunta es quién.

La víspera del robo se celebró una boda.

Ha revelado usted que el encargo fue de un millonario mexicano.

Eso es cierto.

¿Y cómo se puede trasladar la pieza hasta México? Supongo que la movería en camión, porque es muy voluminosa.

Una vez desmontado no era tan grande, aunque las tablas sí que pesaban mucho. El retablo nunca llegó hasta México. Acabó en Italia, pero la operación se fue complicando. La dificultad estribaba en cruzar las fronteras, pero las pasamos sin problemas. Pese a ello, cada vez había más gente implicada en el robo y por eso se torció. Me pagaron el encargo, pero, cuando estaba en Italia, se enteró un confidente de la Policía. Eso espantó al comprador. Al final, intentaron venderla al Ministerio de Cultura español. Eso fue un gran error. Se produjo una gran redada y les pillaron a todos.

Menos a usted.

No, a mí en esa no me cogieron.

¿Cuánto dinero ganó?

Cien millones de pesetas.

Muchas veces no hacía falta esperar a la noche para cometer el robo. Era mejor comprarlas.

La culpa la tuvo el Vaticano II. Fue un gran error. Se dio la orden a los religiosos de vender las piezas para sacar dinero y volver a revitalizar el culto. Gran parte de ellas no estaban a la vista, sino en las sacristías y las vendían los obispos y los párrocos. El Vaticano no quería tener en sus iglesias santos que servían para invocar la lluvia o quitar los dolores y cosas así. No sabía valorarlos y entendía que desorientaban el culto. Yo los compraba y luego los vendía fuera del país por muchísimo más dinero. He hecho muchos negocios con curas y con obispos.

Le noto cierto enfado. ¿De quién son las obras móviles que están dentro de las iglesias? ¿Del clero o del pueblo?

Está clarísimo. Son de los pueblos y forman parte de su riqueza. Mira, hay una ley de 1985, cuando Felipe González, que lo deja bien claro. Dice que para la Iglesia son los muros, pero que todo cuanto está dentro pertenece al pueblo. La pena es que no la haya leído nadie. Además, es de pura lógica. Todas las tallas las regalaban los habitantes. Son donaciones. La iglesia no se las puede llevar o vender. Pierden su significado fuera de allí.

¿Palabra de ladrón?

Estoy orgulloso de que muchas de las piezas hayan regresado a los pueblos. A mí, lo que me duele, es que muchas de esas obras de arte hayan sido trasladadas a museos diocesanos en las capitales. Al final, la gente tiene que pagar para ver obras que en realidad son suyas. Eso no puede ser. Además, le han quitado al pueblo un patrimonio al que se le puede sacar rentabilidad. En los lugares donde transcurre el Camino de Santiago se ha hecho un daño inmenso. ¿Por qué vas a pararte en un pueblo cuando su mejor obra de arte está en la capital? Quizá, si las devolvieran, los peregrinos podrían pararse a contemplarlas en su ubicación original. Eso alimenta al bar del pueblo y, con suerte, puede dar sentido a un pequeño hotel. La complicidad de los curas con este expolio me parece vergonzosa, porque eran los supuestos guardianes de ese patrimonio.

¿Los obispos hacían facturas con las ventas de obras de arte?

Claro que sí. Una obra no podía cruzar una frontera sin la factura del obispado. Te detenían en la aduana.

Muchas veces los robos han servido para salvar obras de arte del deterioro.

Nadie les prestaba atención. Esa ha sido mi verdadera contribución. Conseguir que se les diera importancia. Estaban en lugares húmedos y sin tratar. En España, los xilófagos han sido los verdaderos custodios de las obras de arte.

¿Alguna vez se le ha deshecho una virgen entre las manos?

A mí no. Pero hubo una virgen en Huesca salvada por un ladrón. De no ser por él, los xilófagos se la hubieran comido entera. Apenas quedaba madera ahí. El robo fue una suerte.

Corre sobre usted la leyenda de que se acostaba con tallas de la virgen después de robarlas.

No, no es una leyenda. Sabía que, desde que me hacía con una pieza, tenía quince días para contemplarla. Aprovechaba ese tiempo para empaparme de ella. En ese sentido he tenido mucha suerte. También soy el único que ha visto el retablo de Aralar por detrás y que sabe cómo se ha construido. Esto era un gran placer para mí y por eso mi vida me gustaba tanto.

También se dice que una vez una talla de la virgen le salvó la vida. Detuvo una bala.

Y vuelve a ser verdad. Me dispararon y la bala impactó en ella. Aún tengo la cicatriz en el cuello. Supongo que podría decirse que la virgen me salvó. No sé por qué, puede que porque la quería mucho.

¿O quizá porque se acostaba con ella?

(Se ríe). No sé, podría ser...

Usted, que se ha declarado ladrón de arte por amor, ¿tiene alguna receta para que el pueblo empiece a valorar el patrimonio sacro como algo más que un objeto de culto?

En España la gente simplemente adora las imágenes. Hay que aprender a mirar de manera distinta, debemos contemplar. Hay que vislumbrar en cada figura el esfuerzo del autor para esculpir el cristo de determinada forma para que exprese la fe, la religiosidad, el cristianismo y también el misticismo.

¿Los tiempos de un ladrón como usted han terminado o existe algún otro «Erik» que siga aún activo?

Nunca ha habido otro como yo. Y sí, esos tiempos han pasado. No sólo por la seguridad, ya no existen los coleccionistas. Los coleccionistas para los que trabajaba me duplicaban y me triplicaban la edad. Han muerto.

Usted se entregó en 1982. Le torturaron.

No me gusta hablar de eso, es desagradable. No soy el único al que han torturado en España. Mi denuncia la interpuse en Bélgica. Se puede consultar.

Usted se salvó de ese infierno gracias a un rehén.

Algo así. Mis compañeros se enfadaron mucho porque no me soltaban. Empezaron a trocear una silla del siglo IX. Es la única que existe. Después prendían fuego a esos cachitos de silla y se los enviaban, a través de mi abogado, al Ministerio de Cultura. Tuvieron que soltarme, aunque la policía no quería. Ellos preferían sacarme información sobre más robos. A día de hoy, creo que la silla sigue sin restaurarse, aunque se puede arreglar.

Nos hemos centrado en su papel en el Estado. Pero usted trabajó por toda Europa.

Robé mucho por el sur de Francia y también por Italia. Bueno, por casi todos los países menos uno, menos Bélgica. Ahí era donde las vendía y, claro, era mejor no complicarse.

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