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Alberto Pradilla | Periodista

Sufrimientos

Muchas de las personas a las que más he querido en mi vida han sido torturadas. En ocasiones, con amigos españoles con quienes compartimos confidencias y cubatas, llegamos a una especie de exorcismo colectivo que lo resume la frase de un colega: «Estamos enfermos». Decenas de amigos, ajenos a Euskal Herria, te miran con cara de espeluzne cuando relatas penurias ocurridas al mismo tiempo que ellos jugaban al Street Fighter. Puede que me equivoque, pero no conozco ningún colectivo en el contexto europeo con mayor contacto con el sufrimiento, a edades tan tempranas, y con mayor capacidad de afrontar y superar el horror tangible e hipotético a fuerza de mirarlo a la cara.

Mónica Ceberio, periodista en «El País», firmaba un texto en el que relataba el encuentro entre el preso vasco Rafael Caride y Rosa, una persona marcada por el atentado de Hipercor. «Hicimos una primera llamada a la policía, pero no nos creyeron. Dijimos: «En tal zona, en tal sitio hay un coche bomba con tanta carga». Pero nada. No pasó nada. Hicimos una segunda llamada y tampoco nos creyeron. Insistimos una tercera vez en que había una bomba. Como no hacían caso, me acerqué yo mismo al Hipercor».

Seguro que a Rosa, aquel terrible día de 1989 le ha perseguido hasta hoy. Seguro que todavía lo sigue sufriendo. Sin embargo, me gustaría escuchar algo similar a esto. «Entramos en casa como era habitual. Por la noche. Les apuntamos con nuestras armas. Si te digo la verdad, sabíamos que no existía peligro, pero así es el protocolo. Aplicamos la bolsa. No cayó desmayada. Le bajamos las bragas; y y le hicimos creer... Tenías que haberle mirado la cara».

Hace un par de semanas tomaba unas cervezas con un periodista madrileño. Llegados a la cuestión de la tortura, me suelta, con sinceridad, la teoría de los excesos. Eso de que «se les va la mano». Y yo le respondo: mi exnovia fue torturada. Y calla, honestamente impresionado. En el terreno de lo personal, las hipótesis propagandísticas se desvanecen. Hablamos de cuestiones reales.

El dolor y el miedo son sentimientos terribles que nos han acompañado. También a Rosa. Cómo no reconocerlo. Lo que no se puede aceptar es que, antes y también en este nuevo tiempo, se intente clasificar las penas. No hay sufrimientos de primera y de segunda. Pero, en realidad, de lo que hablamos es de política. Por eso en «El País» y el resto de medios nos encontramos con la terrible historia de Rosa. Y no con la de mi exnovia. O tantas otras.

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