Y a se han terminado. A algunos, las fiestas se les han escapado de entre los dedos sin darse cuenta. Para otros, han sido interminables. Unos y otros tenemos hoy un sentimiento agridulce. Agrio porque esto se acaba. Dulce... porque esto se acaba. Porque no podríamos aguantar el ritmo mucho más tiempo. Ahora toca hacer balance. Entre lo positivo: comprobar que el corazón libre y anárquico de la fiesta sigue latiendo. Que la gente sigue haciendo «su» fiesta en la calle, sin que un petoste de UPN le marque el son al que puede bailar. ¿Lo negativo? El Apocalipsis Maya que nos ha tocado vivir. Un apocalipsis en el que, con la excusa de la crisis, los gobernantes han hecho de trileros y nos han dado gato por liebre. Caspa por cultura.

Y esto no lo escribe una persona cerrada a la que le espanta la música ligera, ni mucho menos. De hecho, creo sinceramente que uno de los mejores conciertos de los últimos sanfermines fue el protagonizado por el gran Georgie Dann. Pero es que hay caspa y caspa, y las personas encargadas de confeccionar el programa deberían saber distinguir entre la música kitsch pero simpática y lo simplemente chabacano. Entre aquellos artistas que, conociendo sus carencias y limitaciones, saben generar complicidad con el público, y esos otros que se venden como si fueran caviar. Entre la música de consumo rápido y la mierda pura y dura.

Pero quizá sea mucho pedir. Tal vez no se pueda esperar más de esos «responsables» de cultura que relegan las actuaciones en euskera a un gueto; de esos que dejan que los escenarios de la ciudad se llenen de caspa mientras desprecian con actitud arrogante y paleta iniciativas como la de Gora Iruñea. Ellos son los que están en crisis. A ellos habría que rescatar... de la inmundicia cultural. Por cazurros y gañanes. Por no saber distinguir entre el «Anarchy in the UK» y el «Yo soy español, español, español»; entre Ozzy Osbourne y Bertín Osborne; entre La Polla y la Poyeya. Por todo eso. Y por caciques.