crónica | narcotráfico en México
Muerto por un sueldo de 1.800 dólares que nunca recibió
Sin padre, sin trabajo y sin recursos, Francisco, de 22 años, decidió integrar el cártel los Zetas, uno de los más violentos de México, por un sueldo mensual de 1.800 dólares que jamás recibió, pues fue rápidamente abatido durante un enfrentamiento con el Ejército.
AFP
Francisco esperaba continuar con sus estudios, pero tuvo que renunciar a ellos por razones económicas, cuenta su novia, en un pueblo en el Estado de Veracruz (este), una de las regiones más afectadas por la ola de violencia que afecta al país.
Su madre, diabética, no podía trabajar y ayudarle a pagar su matrícula, por lo que «decidió abandonar los estudios para cuidar de ella», explica la joven.
Su penúltimo trabajo legal fue de guardia de seguridad donde apenas le pagaron lo suficiente para adquirir alimentos.
Según su amiga, era obvio que él no quería convertirse en un «ni-ni»: uno de los 7,2 millones de jóvenes mexicanos que no tienen ni trabajo ni diplomas, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
En su infancia, Francisco conoció a otro chico que con el tiempo se convirtió en jefe de la célula de los Zetas, un cártel formado en los años 90 por la élite de desertores del Ejército, que le propuso a menudo integrarse en la organización.
Conocido por su crueldad, el cártel de los Zetas se han convertido en una opción profesional para muchos jóvenes, especialmente en el norte y el este.
Con estas ofertas, Francisco, explica su amiga, se encontró frente a un dilema. «No sabía qué responder. (Se preguntaba) si estaba bien o mal, quería estudiar y que su madre dejara de trabajar para recuperarse».
Renunció a su trabajo como portero, tomó otro trabajo pequeño, pero muy mal remunerado para poder pagar el tratamiento médico de su madre. Un día, miembros de los Zetas fueron a saludarlo y reiteraron su oferta. Francisco tomó su decisión.
Poco después, un grupo, que también practicaba la extorsión y el reclutamiento forzado, le hizo subir a bordo de un vehículo de lujo, simulando un secuestro.
Cuando su novia lo vio portando armas y con un seudónimo, le confió su papel en la organización: «Le dieron una radio y lo enviaron con otros chicos. Su trabajo consistía en patrullar alrededor de puntos de venta de droga y coordinarse con las atalayas para señalar todo movimiento extraño, especialmente la presencia de las autoridades o de vehículos sospechosos».
Se vio obligado a cumplir las órdenes de los superiores noche y día, donde quiera que estuviera. Fallar era sinónimo de crueles represalias.
Equipado con dos armas, «no sabía ni retirar el seguro del gatillo, ni cargar las armas», asegura su novia.
Cuando fue asesinado en junio. Francisco participaba en un transporte de armas de fuego. «Alrededor de las once de la noche, justo antes de ser derribado por los militares habló conmigo. Dijo que tenía que colgar porque le ordenaron marchar».
«Se cruzaron con el Ejército. No hubo prisioneros». Al día siguiente sonó el teléfono: «Me llamaron de la morgue para identificar el cuerpo debido a que el último número que marcó fue el mío».
Desde el despliegue del Ejército y el inicio de la guerra contra el narco del presidente saliente, Felipe Calderón, en diciembre de 2006, la violencia relacionada con el tráfico de drogas y la lucha contra las drogas ha causado más de 50.000 muertes en México.