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Personas sin hogar, «no se ven» pero existen

Desde la plataforma Beste Bi rindieron ayer en Bilbo un homenaje a Paulo, un hombre sin hogar que falleció a finales de agosto en el barrio de Basurto, y llamaron la atención sobre la invisibilidad de las personas que no tienen casa. Lamentar un suceso así es un ejercicio a menudo poco menos que protocolario y, por tanto, más cercano a la hipocresía que a la sinceridad. Denunciarla, sin embargo, conlleva el peligro de ser tachado de demagogo, como si dicha acusación fuera una argumentación, y como si la denuncia no tuviera razón de ser. Pero la tiene. Paulo no es el primer fallecido en esas condiciones, y lo más terrible es que no se ponen los medios para que sea el último. Al contrario, la precariedad se extiende entre la población y la pobreza no es excepcional. Se destinan miles y miles de millones a rescatar bancos y estados, y la consecuencia de ello es la reducción del gasto social cuando más necesario es, como, por ejemplo, las prestaciones que las administraciones deberían potenciar en lugar de recortar. Prestaciones, y no lismosna, pagadas por todos los ciudadanos para, entre otras cosas, evitar que las personas sin hogar -pues, aunque «invisibles» porque no se quieren ver, existen- mueran de miseria, abandono, olvido. Sin embargo, al parecer, para rescatar a esas y otras personas no tienen ni unos pocos euros.

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