El plan para abrir el lucrativo sector del comercio al por menor a las cadenas de supermercados globales, los recortes en los subsidios a los combustibles, con el espectro amenazante de una rebaja de la calificación de deuda en el horizonte, han propiciado el llamamiento a la huelga de los sindicatos y los partidos de la oposición de India. La amenaza del principal aliado del primer ministro Manmohan Singh, el Partido Trinamool, de dejar de apoyarlo en caso de que siga por la misma vía añade un grado de incertidumbre política y grandes turbulencias en el horizonte.

Con un gobierno en minoría y una población cada día más movilizada, el gigante indio, a pesar de sus tasas de crecimiento económico, la ventana demográfica favorable y una clase media cada día más móvil y ascendente, afronta un futuro incierto. Implementar una estrategia económica homogénea en un país tan diverso resulta muy difícil, máxime cuando la política de los partidos está condicionada por un puñado de sátrapas regionales y sus familias y por una rampante corrupción. La aplicación de las recetas del neoliberalismo económico en India no va a ser pan comido, sino todo lo contrario.