Dicen que el escenario final tras las elecciones de este domingo lo decidirán los indecisos. Una inquietante paradoja. Si atendemos a lo publicado este pasado fin de semana, entre un 24 y un 37 por ciento de los electores aún no ha deshojado la margarita, es decir, al menos uno de cada cuatro votantes todavía no se ha decantado por una opción y sigue contemplando las papeletas que saturan su buzón con gesto entre vacilante y abstraído. Se puede adivinar la congoja en el ánimo del indeciso. ¿Qué hacer? ¿Quién contribuirá con mayor eficacia a resolver los graves problemas a los que se enfrenta esta sociedad? ¿Cuál de entre las múltiples opciones representa la más honesta y comprometida con el bien común, y cuáles, por el contrario, defienden intereses cuarteados, ceñidos a la defensa de esta parte o en contra de aquella otra? El indeciso raramente encuentra la respuesta en la propaganda electoral, ni consuelo en las promesas de los candidatos. Es indeciso, básicamente, porque es desconfiado. Razones no le faltan. Más bien le sobran.

La indecisión, como todas las demás, es una alternativa muy respetable, porque la duda resulta un estadio ineludible en el complejo peregrinar hacia cualquier certeza. Pero cuidado, cuando la soga aprieta y el oxígeno apenas logra hacer fluir la sangre hacia los puntos vitales del organismo, la duda puede llegar a convertirse en letal. Y si algo no admite duda alguna es que Euskal Herria se enfrenta a un momento histórico que difícilmente podrá afrontarse con vacilaciones o titubeos. La violencia de la crisis, las oportunidades hasta ahora inéditas para lograr la normalización en la convivencia, los caminos que se abren hacia un nuevo escenario para el futuro de Euskal Herria requieren un decidido ejercicio de valentía.

¿Y quién representará mejor este domingo la apuesta por la valentía? Respondiendo a esa pregunta, el indeciso habrá avanzado gran parte del camino en la búsqueda de la opción política que impulsará con fuerza a este pueblo hacia un nuevo estadio, hasta ahora desconocido e incluso insospechado. Un estadio de convivencia pacífica, redistribución de la riqueza y redefinición de las relaciones sociales y personales. Cada vez queda menos.