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Análisis | acuerdo de paz en filipinas

Filipinas: ¿cómo se llegó a esta solución negociada?

El Gobierno de Filipinas y el Frente Moro para la Liberación Islámica alcanzaron el domingo pasado un acuerdo de paz, un ejemplo de que los conflictos tienen solución, por muy enquistados que estén, y una esperanza para la solución negociada en otros conflictos armados. El Gobierno y la insurgencia son conscientes de que las negociaciones y el acuerdo de paz son imprescindibles, pero sobre todo, de que la paz se construye fuera de la mesa de negociacioenes. La paz no se puede consolidar sin el apoyo y la participación de la oposición, medios, sociedad civil...

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Kristian HERBOLZHEIMER | Director de los Programas Colombia y Filipinas de la ONG Conciliation Resources

El proceso de paz filipino entre el FMLI y el Gobierno se destaca, sobre todo, por haber durado 15 años. En dos ocasiones el Gobierno buscó un atajo lanzando ataques militares (2000 y 2003). Los ataques produjeron victorias militares, pero no victorias políticas. La guerrilla tiene una base social sólida, y el militarismo del Gobierno central no hizo más que fortalecer la voluntad de resistencia de la población bangsamora (musulmana) que habita la región de Mindanao (sur).

Negociaciones tan prolongadas no son ni mucho menos un ejemplo a seguir. Pero indican la dificultad de articular y resolver los agravios históricos de una población que fue engullida sin consulta previa por Filipinas.

Las claves. 15 años de negociaciones también indican la primera clave del éxito: la perseverancia de la insurgencia, del Gobierno y de la sociedad civil en buscar una salida pacífica a un conflicto que causó más de 100.000 muertes y otros tantos desplazamientos forzados.

El segundo factor clave es la influencia que ha podido ejercer la sociedad civil sobre el Gobierno, así como sobre la insurgencia. El FLMI no figura en ninguna lista de organizaciones terroristas y el cese al fuego ha conllevado un cierto acantonamiento de tropas. Así es posible visitar y dialogar con los guerrilleros, incluso invitarlos a eventos públicos sobre la paz.

Por otra parte, desde la caída del dictador Marcos en 1986, el Gobierno sostiene un diálogo fluido con sectores críticos de la sociedad civil. Incluso es frecuente que dirigentes sociales ocupen cargos gubernamentales. Esta interlocución permanente ha obligado al Gobierno y a la insurgencia a desarrollar y a sostener propuestas de paz.

Por último, cabe destacar una cierta humildad por ambas partes, conscientes de que las negociaciones y el acuerdo de paz son imprescindibles, pero sobre todo, de que la paz se construye fuera de la mesa de negociación.

Las dificultades pasadas para hacer realidad los acuerdos de paz con otros grupos insurgentes han aportado una dosis de pragmatismo. La paz no se puede consolidar sin el apoyo y la participación activa de los partidos de la oposición, alcaldes, gobernadores, de la fuerza pública, de los medios, del sector privado, de líderes religiosos y de la sociedad civil. Hay plena conciencia de que la puesta en marcha del acuerdo de paz es igual de importante que la negociación.

Cinco innovaciones mayores. El proceso de paz también ofrece importantes desarrollos prácticos y conceptuales:

Una política nacional de paz. Entre 1992 y 1993 el Gobierno impulsó un proceso de consulta para definir un camino hacia la paz. En la práctica el proceso fue liderado por la sociedad civil con diálogos locales y regionales que recogieron la diversidad de conceptos y propuestas. La conclusión; un marco llamado «Los seis caminos a la paz», que reconoce la existencia de unas causas estructurales a resolver, y la necesidad de construir paz por múltiples vías paralelas.

Monitoreo ciudadano del alto el fuego. En 2003, una red de organizaciones sociales decidió iniciar un proceso de monitoreo del cese al fuego por parte de personas que viven en las comunidades afectadas por el conflicto. De un grupo inicial de 60 personas, la red creció hasta involucrar a unos 900 voluntarios. La iniciativa se desarrolló de forma autónoma, pero acabó recibiendo el reconocimiento de la insurgencia y del Gobierno y se ha integrado al sistema formal de verificación.

Diálogo civil-militar. A iniciativa de algunas ONG, en la última década se han multiplicado los diálogos entre sociedad civil y fuerza pública, permitiendo un mayor conocimiento y reconocimiento mutuos. Este diálogo también ha permitido que los militares desarrollen una visión distinta de la puramente militarista, a raíz de su propia experiencia ante los horrores de la guerra fratricida. Hoy en día se han logrado sustituir los criterios de ascenso en la jerarquía militar, valorando acciones de paz más que combates y bajas enemigas. El último desarrollo conceptual ha sido el cambio de paradigma de la misión de «ganar la guerra» a «ganar la paz».

Acompañamiento internacional híbrido. La arquitectura de apoyo internacional al proceso se ha ido sofisticando al tiempo que al negociar se han topado con nuevos obstáculos. Para superar la última fase de desconfianzas, en 2009 crearon un Grupo Internacional de Contacto (ICG), con la novedad de invitar también a ONG internacionales. Su tarea es observar las negociaciones y asistir a las partes cuando lo requieran. El ICG tiene tres niveles; combina actores militares y civiles, internacionales y locales, estados y ONG.

Liderazgo de las mujeres. Filipinas es el país del mundo que más en serio se ha tomado las resoluciones de la ONU sobre la participación de las mujeres en los procesos de paz. Las mujeres están presentes y tienen posiciones de liderazgo reconocido en el Gobierno, la insurgencia, los equipos de negociación y la sociedad civil. Al mismo tiempo, una relectura crítica de las resoluciones está permitiendo desmitificar la mesa de negociaciones y poner más énfasis en procesos paralelos y más democráticos de construcción de paz. La política internacional debe responder a las realidades sociales de conflicto, no al revés.

Reflexiones para Colombia. Todo conflicto tiene sus singularidades. Por lo tanto no es posible -ni recomendable- copiar fórmulas. Pero sí reflexionar sobre los propios desarrollos.

En cuanto a las negociaciones colombianas, ambas partes tienen una visión pragmática, fruto del aprendizaje del pasado y el diseño del proceso es sólido.

Quedará pendiente la solución negociada de varios de los conflictos generadores de violencia. Mejor así: hay espacio para diálogos más incluyentes, democráticos y sostenibles. El reto principal para la sociedad sería concretar las formas y liderazgos en el proceso de diálogo social. Hay un papel para todos, con las mujeres al frente.

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