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Iñaki Markez (*) Médico Psiquiatra, presidente de OME, Osasun Mentalaren Elkartea

Suicidios, desahucios y más recortes

En los diarios se repite una noticia trágica: «Al entrar en el piso a ejecutar la sentencia de desahucio se encontraron con su propietario ahorcado». Sobredosis con pastillas, se arrojó al vació desde el domicilio, etc. son otras trágicas expresiones del dolor y la angustia de muchos miles de personas que están padeciendo estas situaciones. Los suicidios y las movilizaciones de las personas afectadas han constituido un revulsivo que ha llevado al Gobierno y a otras instancias a plantearse la toma de medidas para parar los desahucios. Hospitalet de Llobregat, Barakaldo, Granada, Alicante, Basauri... son lugares donde se han producido suicidios que han salido a la luz pública, los reales sin duda serán muchos más, pues no olvidemos que hay muchos suicidios presentados como accidentes, los llamamos «suicidios en blanco».

El suicida volvió sobre sí lo que, para el decir del vulgo, debía de haber hecho a los culpables de su desahucio. El suicidio es una opción -no debe patologizarse la vida- que, como decía H. Arendt, «quizás estén en lo cierto los filósofos que nos enseñan que el suicidio es el garante supremo de la libertad humana», o bien Wittgenstein, para quien «el suicidio es el eje sobre el cual gira todo sistema ético».

El acto suicida, como opción forzada y suprema, creemos que supuso para estos y otros propietarios la forma última y testimonial de denunciar una injusticia y una impotencia «dando la vida» como protesta y acto de rebeldía. El mayor daño que una persona se puede infligir a sí misma, pero no la única dañada. En última instancia, el suicida siempre se lleva con él la clave de su decisión y solo él podría dar cuenta de lo que le llevó a ese final. Una cadena de tragedias ha empezado a hacer daño a familiares, amigos, vecinos y también a todos nosotros de alguna manera. Su efecto, como las ondas en el estanque tras la caída, llegará lejos en el tiempo y en el espacio. De todas formas, su acto merece ser acreedor del respeto y de nuestra consideración.

La vivienda de la que se les desahucia no es simplemente esa estructura física arquitectónica e inmobiliaria. Representa y constituye algo muy propio de uno mismo, una prolongación del cuerpo, parte de la vida, del entorno, del refugio y el acogimiento, del acomodo, de la posesión y seguridad, etc. La casa forma parte de la identidad y los sentimientos de vergüenza por su condicionamiento cultural generan salidas dramáticas. Si me quitan mi casa, me quitan mi vida. Que se la lleven, «dejo el muerto» a quien viene por mi vida.

Hay héroes y mártires a los que se ensalza por ofrecer su vida por un ideal. En este caso, la vida ofrecida por estos propietarios ensalza el valor de denunciar lo que ahora todos reconocen como injusto e inhumano. Estos suicidios, así como otras muchas «muertes en vida», que no trascienden y no son conocidas, testimonian y pagan con su vida el ser víctimas de la codicia del capital.

Hay una propiedad que no es embargable, que corresponde a lo que representa y forma parte del derecho, también y además, de la vida: la vivienda.

A veces y para algunas gentes, aunque hay otras formas de luchar y de manifestarse contra lo injusto, solo queda «dejarles el muerto» ante esa inhumana y brutal codicia especulativa que mata sin disparar, ni hacerse cargo de lo que destruye y aniquila. Como expresa Máximo en una de sus viñetas, «no nos queremos enterar de que la ley del desahucio multiplica la pena de muerte».

Aun con estas tragedias -suicidios y desahucios-, cuesta horrores sensibilizar a los poderes económicos, a la administración en general y a los gobernantes para que sintonicen con la sociedad. Estos días el pleno del Congreso ha aprobado por unanimidad admitir a trámite la iniciativa legislativa popular (ILP) que reclama la dación en pago retroactiva, la paralización de todos los desahucios y la creación de un parque de vivienda en alquiler social con los pisos vacíos que están en manos de los bancos. Los políticos reconocen la «insuficiencia de las medidas» de la pasada legislatura y que ahora hace falta remediarlo cambiando una ley «obsoleta», reclaman «soluciones verdaderas, no placebos ni parches». Mientras, masivas concentraciones y manifestaciones con gritos de «Sí se puede» son clarificadoras y exigen una solución urgente.

Los que nos dedicamos a la salud mental, a ayudar para que otros estén menos afectados, tal vez hemos levantado la mirada de nuestro último paciente o cliente o de nuestra pantalla de ordenador donde la persona se transforma en datos y hemos recordado que la conducta humana tiende a ser imitada. Y que el suicidio es también una forma de conducta. Leyendo a Viktor E. Frankl, psiquiatra judío que pasó por varios campos de concentración nazis y vivió para contarlo, en su obra «El hombre en busca de sentido», nos dice: «el hombre que no podía ver el fin de su `existencia provisional' tampoco podía aspirar a una meta última en la vida, cesaba de vivir para el futuro... El obrero parado, por ejemplo, está en una posición similar».

Ante los hechos como los que él vivió, nos habla de la libertad interna: «que determina si uno iba o no iba a ser juguete de las circunstancias, renunciando a la dignidad, para dejarse moldear». Sus condiciones externas fueron las más extremas que se puedan imaginar. Pero solo si esas circunstancias le lograban arrebatar la dignidad interior, el sentimiento de su propio valor interno, el orgullo de sí mismo, le destruirían. Son entonces la vergüenza, la propia infravaloración y la aniquilación interior las que se adueñarían de él. Si la carencia de recursos económicos pasa a sentirse como una falta de valor interno, hemos perdido la batalla interna.

Comprobamos cómo aumentan considerablemente las atenciones específicas relacionadas con los desahucios, con la crisis, con el desempleo, con la penuria económica de muchos millones de personas. Aumento de episodios de depresión, rabia, tristeza, dependencias de fármacos o alcohol, y un malestar general del estado de ánimo. Los problemas psicológicos se van gestando, poco a poco. El empobrecimiento de tantos miles y miles de hogares está pasando factura a nuestros cuerpos que expresan el sufrimiento a través de la dificultad de manejar el estrés y la ansiedad, a través de trastornos psicosomáticos, que se están disparando.

Llegamos a oír que los suicidios son un problema de salud pública. Seguro, pero el verdadero problema de salud pública es que bajo el paraguas de «la crisis» se cubren los fraudes y la especulación, los desahucios y la amplia corrupción, los sobresueldos y los despropósitos gubernamentales, los rescates a quienes previamente engañaron, etc. Al tiempo, son muchos miles las familias excluidas, que están más desfavorecidas que hace pocos años y carecen de recursos, lo que conlleva una serie de problemas emocionales. Esto está generando un aumento preocupante de patologías depresivas, de medicación con psicofármacos sin otras terapias ni medidas preventivas y hasta de casos de suicidio en los sectores más vulnerables. Las clases medias se empobrecen, las clases pobres ya ni tienen categoría.

Los problemas de salud mental se están agravando por la crisis. En el caso de los desahucios, son personas que están al límite, que optan por esa salida. Pero la prevención del suicidio es posible. No siempre es evitable, pero si trabajáramos desde un punto de vista multidisciplinar, se podría prevenir en muchas ocasiones.

Reducción presupuestaria en educación, sanidad, servicios sociales e investigación, lo que equivale a hipotecar el presente y el futuro de la próxima generación. No son consignas, lo estamos comprobando: cierre de centros, expedientes de regulación de empleo, reducir el número de profesionales sanitarios, peores condiciones de trabajo de quienes se quedan, deterioro de los servicios, menos prestaciones y aumento del riesgo de enfermar y morir prematuramente.

La sanidad mercantilizada es injusta, rompe el concepto de ciudadanía y solidaridad y abre paso al clasismo, la discriminación y la desigualdad. Los «ajustes» o estrategias de mercantilización y privatización de la sanidad conducen a una sanidad de tres niveles, que profundizará en las desigualdades en la salud: una sanidad de pago para los ricos que puedan pagarla, una sanidad para la clase trabajadora y clases medias empobrecidas con servicios mínimos y de baja calidad y una sanidad de beneficencia para las personas en situación de pobreza y marginación.

Los datos contrastados señalan que al disminuir la inversión sanitaria empeora la calidad asistencial y aumenta la mortalidad. Aun estamos a tiempo de elegir.

(*) Firman asimismo este artículo:
Eudoxia Gay (Málaga, presidenta de la Asociación Española de Neuropsiquiatría), Federico Menéndez Osorio (A couruña), Goyo Armañanzas (Pamplona), Tiburcio Angosto (Vigo), Chus Gómez (Ourense), Manuel Desviat (Madrid), Onésimo González (Huelva), Luis Vila (Lugo), Jose Mª Redero (Palencia), Alberto Ortiz Lobo (Madrid), Ramón Área (Santiago), Fernando Iglesias, Francisco del Río (Sevilla, presidente de la Asociación Andaluza de Salud Mental), Juan Estévez (Albacete, presidente de la Asociación Manchega de Salud Mental), Fernando Márquez (A Coruña), María Jesús Acuña (Pontevedra), Javier Pérez Montoto (Vigo), David Simón Lorda (Ourense), Oscar Martínez Azumendi (Bilbo, director de la Rev. AEN), Ana Sánchez (Valencia, presidenta de la Asociación de Salud Mental del Pais Valencià), Deirdre Sierra (Santander, presidenta de la Asociación de Salud Mental de Cantabria), Francisco Rodríguez Pulido (Tenerife, presidente de la Asociación Canaria de Neuropsiquiatría), Antón Seoane Pampin (Vigo), J.M. García de la Villa (Vigo), Antonio Tarí (Zaragoza, presidente de la Sociedad Aragonesa de Salud Mental), Catalina Sureda (Mallorca, presidenta de la Asociación Balear de Salud Mental), Víctor Pedreira (Pontevedra), Mª Victoria Rodríguez García, Alcira Cibeira (Ourense), Elena Gato (Lugo), Rubén Touriño (Barcelona), Jesús Alberdi (A Coruña), Yolanda Castro (Ourense), José A. Campos (Ourense), José Filgueira (Gijón), Juan J. Martínez Jambrina (Avilés).
Todos y todas son psiquiatras de la AEN, Asociación Española de Neuropsiquiatría.
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