El cine de Andrew Haigh es tan realista como el que más, pero sus apuntes del natural no implican necesariamente una mirada fría o distanciada. Al contrario, sabe implicarse y mucho en lo que cuenta, dando a la inmediatez de las secuencias una perspectiva que las hace intensas y emotivas de acuerdo con una historia de las que dejan huella.

Las interpretaciones de Tom Cullen y Chris New están llenas de verdad, lo que facilita la identificación con sus respectivas personalidades. El personaje del primero pertenece a la clase obrera, tratándose de un socorrista que ni en el ambiente deportivo de su trabajo, ni en las reuniones de amigos heteros, hace pública su homosexualidad. El del segundo es muy diferente, en cuanto estudiante de arte que no tiene problemas para definirse abiertamente ante los demás.

El acercamiento inicial parece estar movido por un interés artístico, ya que el segundo porta una grabadora con la que pretende registrar las declaraciones de su ocasional pareja. Pero el encuentro da para mucho más que unas simples impresiones sobre cómo asume cada cual su opción sexual y la manera en que la disfrutan o la sufren.

El hecho de que el estudiante tenga que partir a un curso en Estados Unidos fuerza el estallido de unos sentimientos que se precipitan. El miedo a la separación nada más empezar conduce al final de la despedida en la estación, que esta vez se resolverá de un modo nada convencional, con silbidos de fondo y burlas a los besos sinceros de los amantes.