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análisis | relevo presidencial en la república islámica de irán

El triunfo electoral del Líder Supremo iraní

Tras el reciente proceso electoral celebrado en Irán, el autor analiza la figura de Hassan Rohani, el nuevo presidente que acapara la atención del momento, y la del gran triunfador que no participaba en los comicios, la del ayatolah Ali Jamenei, el Líder Supremo. Cuando se acercan las elecciones en Irán se suceden los tópicos y las lecturas interesadas. Nos hablan de elecciones ilegítimas, nos recuerdan que no estamos ante «una elección sino ante una selección dirigida». Y cuando los resultados echan por tierra los análisis, no dudan en cambiar los ejes de sus discursos y volver a insertarnos una serie de nuevas interpretaciones «sui generis».

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Txente REKONDO | Analista internacional

Desde Occidente, los «expertos» no quieren o no pueden reconocer la complejidad del sistema iraní. Prefieren presentarlo condicionado por las lecturas interesadas formuladas desde los lobbies sionistas, sectores neocon, o las aportaciones de los citados «expertos» y su prensa colaboradora.

Los continuos esfuerzos para demonizar el sistema y la sociedad iraní les impiden ver con claridad la realidad. Y sobre todo les imposibilita para comprender que el devenir de Irán está en manos de su población, y esta, independientemente de su ideología, no acepta los guiones impuestos desde el exterior. Nunca lo ha hecho.

Los resultados de las elecciones señalan a Hassan Rohani como el próximo presidente de la República Islámica de Irán, nos lo presentan como el gran vencedor, aunque el gran triunfador ha sido el Líder Supremo, el ayatolah Ali Jamenei, a pesar que no se presentaba a la contienda electoral, que sobre todo puede «superar» la anterior etapa presidencial.

Jamenei ha logrado un equilibrio entre las diferentes facciones ideológicas y centros de poder del complejo sistema política iraní, y al mismo tiempo ha comenzado a borrar todo resto del anterior presidente y de su corriente de ideas.

Hace poco, un prestigioso analista señalaba irónicamente que con la caída en desgracia del hasta ahora presidente Mahmud Ahmadineyad, Occidente ha perdido un factor clave para poner en aprietos al dominio de los clérigos en Irán. Probablemente esa lectura no busque un respaldo a la política desarrollada por el propio Ahmadineyad, pero evidentemente, desde Occidente, hace tiempo que se le ha convertido en objeto de mentiras y ataques manipuladores.

El triunfo de Ahmadineyad sobre Rafsanjani vino acompañado de sus críticas a la riqueza de este, ligándola a supuestas tramas corruptas, y supuso el primer paso en un distanciamiento de la élite clerical país. Sus intentos por consolidar el poder de la Presidencia del país, chocaron con la citada élite, y ya durante su segundo mandato protagonizó posturas que debilita- ban y erosionaban el poder político, económico y religioso de la élite clerical iraní.

Contrariamente a lo que se ha afirmado, Ahmadineyad criticó acciones de la Policía en relación a la supuesta «defensa de la moralidad» en las calles, puso en tela de juicio la enorme riqueza acumulada por algunos clérigos, y se atrevió a mantener un pulso con el mismísimo Líder Supremo en torno a decisiones y nombramientos políticos.

Sus alegaciones al Mahdi, cuestionando que sean tan solo los mulahs los que puedan «comunicarse» con él; sus referencias al Irán preislámico o a Ciro el Grande (nacionalismo persa), supuso la ruptura de algunos tabúes que no gustaron tampoco a los dirigentes religiosos de Irán.

La figura de Rohani acapara la atención del momento. Los que hasta ahora lo definían de una manera, ahora lo quieren situar en el centro de su estrategia interesada. Dicen de él que es una figura pragmática y moderada y que será capaz de abordar un nuevo desarrollo económico, eso sí, basado en una liberalización y, sobre todo, en un «acercamiento al mundo exterior».

En torno a esta figura se ha logrado tejer una suma clave para posibilitar su triunfo en las urnas. El establishment religioso, del que forma parte, algunos sectores reformistas (fue colaborador de Mohammad Jatami), personajes como Rafsanjani, conservadores moderados y tecnócratas pragmáticos, clérigos y figuras claves del régimen; son algunos de los que se han adherido a la candidatura de Rohani, y todos con sus propios intereses sobre la mesa.

Su pasado ligado a la revolución y a Jomeini, la confianza del Líder Supremo, el beneplácito de las facciones del régimen (durante todos estos años desde el triunfo de la revolución ha ocupado cargos clave en el país), y su carrera religiosa (hojatoleslam -autoridad sobre el islam- e ijtehad -figura competente para la interpretación de la sharia-) son factores que le permiten afrontar un mandato presidencial con cierto margen de comodidad.

Lo cierto es que Rohani no representa una amenaza ni para Jamenei ni para el sistema. Su cercanía al Líder Supremo y a Rafsanjani puede posibilitar que estas dos figuras logren lo que quieran. El primero, estabilizar su poder, acabando con la política que lo ponía en cuestión, y el segundo, acercándose al aparato administrativo, vital para sus «negocios».

El programa nuclear iraní seguirá protagonizando la agenda. Sus implicaciones domésticas, el papel de las sanciones y el debilitamiento de la economía, así como el balance del poder en la región (Siria, Turquía, Arabia Saudí) y las relaciones con EEUU marcarán algunas de las prioridades de los próximos meses.

En Irán nadie pone en duda su derecho a desarrollar su programa de energía nuclear, y de nuevo nos encontramos ante una avalancha de declaraciones externos que hablan de «ilusiones», pero alejadas de la realidad. En torno a esta cuestión, además, es necesario superar los mitos y la desinformación sobre Irán para revelar lo que realmente está pasando.

Los políticos y los medios de comunicación occidentales han estado y están muy empeñados en retratar a Irán como una potencia agresiva y malévola a punto de adquirir armas nucleares, a pesar de que existen grandes y poderosas evidencias de lo contrario. Por eso, como señalaban recientemente dos prestigiosos periodistas británicos, es necesario «volver a la diplomacia genuina, poniendo fin a las sanciones y poner en marcha la construcción una nueva relación con Irán, libre de la doble moral y la hipocresía occidental que han puesto en peligro cualquier acuerdo anterior». Y añadían: «Los riesgos son altos, el costo del fracaso será mayor aún».

Hassan Rohani, como próximo presidente de la República Islámica de Irán no condicionará la naturaleza de la misma. Sabrá convivir con los poderosos centros de poder que conviven allí, desde Beyt-e-Rahbar (la oficina del Líder Supremo), hasta los Cuerpos de los Guardias Islámicos (presentes en todos los sectores de la economía), pasando por las «bonyads» (fundaciones religiosas) y las mezquitas (controlan el 20% de la economía) o el Majlis (Parlamento), y junto a ellos situará su Presidencia. Al tiempo, deberá afrontar la reacción de EEUU, que hasta la fecha ha mostrado las dos caras de la misma moneda, a través de la cautela optimista de Obama y su Administración y del rechazo de los sectores prosionistas de la misma.

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