Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Habitaciones de pánico
Todos padecemos nuestras propias obsesiones, las cargamos como a esas enseñanzas primarias de las que jamás llegaremos a desvincularnos del todo por no se sabe qué extraña incapacidad de deshacernos de lo sobrante. Entre esas obsesiones y puede que necesidades humanas innatas, se halla la de cobijarnos. Y de ese apremio surgen numerosos comportamientos. «Síndrome del nido», decían que tenía durante mis embarazos. No soy un pájaro, pero podría serlo; todas estamos a tiro de los cazadores y en esa inseguridad tratamos de ponernos a resguardo, intentando también proteger a nuestras crías. Pero además de crear nuestros refugios, más o menos convencionales, algunas sociedades arrastran hasta la enfermedad, y grave, esto de sentirse a cobijo del «enemigo», de lo que acecha ahí fuera. Gila sabía mucho de eso. Las habitaciones del pánico son algo que transciende a la gran pantalla en Estados Unidos. El país que vio nacer películas como «Que vienen los rusos», de Norman Jewison; o «Amanecer Rojo», de John Milius, es el rey a la hora de interpretar los posibles ataques que puedan llegar del exterior. Algunos, en relación a la colonización de esos recalcitrantes comunistas que pretenden nacionalizarlo todo y otros, a todo aquello que pueda poner en peligro su integridad personal y básicamente material, la propiedad privada (ambas vienen a ser dos partes de la misma idea). Después está lo de poner a resguardo la integridad moral, la buena vida burguesa, los valores establecidos, ese «orden simbólico», abstracto e intangible que parece rozarnos delicadamente pero que marca nuestras vidas, caminos y posibilidades...Y sí, todos construimos «habitaciones del pánico», pero ninguna resulta lo suficientemente segura.