Si hay una figura en el mundo del cine tanto o más denostada que la del crítico cinematográfico, ésa es la del productor. De ellos solo hablan bien los realizadores cuando necesitan que inviertan en sus películas, pero después ya es otro cantar. Representan a la parte más intrusista y advenediza del negocio, ya que para poner hacer dinero, con ánimo de recuperarlo y rentabilizarlo, no hace falta entender del oficio o sentir pasión por él.

Con motivo del estreno de «El Hombre de Acero», al informar sobre sus recaudaciones millonarias en taquilla, ha vuelto a salir a la palestra el nombre de Jon Peters. El inefable productor se quedará el cinco por ciento de los ingresos de la película, sin haber intervenido en el proyecto. Eso sí, lamenta que ni siquiera le dejaran acercarse a ver el rodaje.

Para consolarse tiene los primeros cálculos de los analistas de mercado, según los cuáles, de seguir así el rendimiento comercial de la película, acabará llevándose más de quince millones de dólares por no hacer nada. Tan ventajoso contrato proviene de su despido, porque la Warner prefería pagarle y que se fuera a su casa. Estuvo inmerso en la franquicia de «Superman» entre 1993 y 2006, y sus aportaciones fueron geniales ideas como que Superman luchara con Batman y ambos murieran, o que Sean Penn interpretara al superhéroe, o que éste se enfrentara al final con una araña gigante en homenaje a «King Kong».

Semejante lumbrera vivía como un millonario en la mansión que compró al tenista Pete Sampras. Su único mérito consistió en ser el peluquero y amante en los años 70 de Barbra Streisand, quien le introdujo en Hollywood.