Mikel Jauregi | Periodista
En el módulo de ingresos
Los carceleros me han comunicado que esta noche la paso con un recluso nuevo. Más que nuevo, impoluto. O algo así me han dicho. Debe ser de esos que nunca, jamás, ni en su peor pesadilla, habría imaginado acabar en el talego. Es que ni por asomo, vaya. Pero tampoco yo me veía entre rejas, y menos por la chorrada aquella, pero aquí estoy viendo pasar los días como si fueran semanas, incluso meses, de lo despacio que van.
Pues eso, que aunque no me haga ni pizca de gracia, me toca hacer de cicerone. A procurar que al tío no se le vaya la olla, que no pierda los nervios, y a explicarle cómo funcionan las cosas aquí dentro: a qué carcelero no puede vacilar, qué puede hacer y qué no en cada momento, cómo van los horarios... Y eso, que esté tranquilo, que esto no es como en las películas yanquis: que no te salen al paso cada dos por tres unos armarios empotrados de 2 metros y 130 kilos totalmente tatuados; que no pasa nada si, en la ducha, se te cae la pastilla de jabón al suelo. Bueno, a no ser que estés como un queso... que los hay también muy necesitados de amor.
Vaya, debe ser ese que traen por ahí. Tez morena, repeinado, afeitado... Arregladito sí que es el hombre. Y no sé de qué, pero mira que me suena su cara. Este es famoso, fijo. Del mundo de la farándula o así. Actor, seguro. Ese moreno de solárium no deja lugar a las dudas. Bueno, a presentarse:
- ¡Buenaaaaaas! ¿Qué, cómo ha ido el traslado? ¿Todo bien? El furgón incómodo, ¿verdad? Tranquilo, que esto no está tan mal. Yo me llamo Antonio. Un placer.
- Luis.
- Ok. Para todo lo que necesites, acude a mí. Cualquier duda que tengas, pregunta. Compartiremos celda esta noche. Deja la bolsa en esa esquina que ya tendrás tiempo de vaciarla y colocar tus cosas. Esta será tu cama.
- (...)
- Joder, callado sí que eres. Pero hombre... no te pongas a llorar. Ya está, vale. ¿Cómo? ¿Qué dices, Luis? ¿Que no has hecho nada? ¿Que quién te mandó hacer qué?