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FIESTA DE LA VIRGEN DE LA GUÍA

«Es una bella mujer», una gran fiesta y una gente hermosa

La de la Virgen de la Guía de Portugalete es una de esas fiestas de un día, breves pero intensas, donde el protagonismo recae en la población nativa, en cuadrillas y familias. Una fiesta con un programa de 29 horas. La Guía, la puerta del verano portugalujo.

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Alvaro HILARIO

El negro y amarillo de la trainera, de La Jarrillera, presente el día anterior, domingo de regatas, dio ayer paso al blanco y al azul mahón: la villa de Portugalete recuerda su pasado marinero y, al mismo tiempo, inaugura su temporada de fiestas, esa que abarca desde «Cuando al mar bogando va» hasta el «Tengo un novio chiquitín que se llama Nicolás»; de julio a setiembre.

La errante Virgen de la Guía, ora en las murallas de la Villa, ora en el Mercado de Abastos, sirvió desde muy antiguo a marinos y armadores para bautizar a sus embarcaciones y a todo el común como elemento aglutinador y disparador festivo.

Al mediodía, después de misa, la Virgen baja en procesión desde la calle de «El Ojillo» al mercado, hasta el final de la calle Coscojales (epicentro y escenario de la fiesta), donde, en una hornacina situada en la fachada del mercado, se encuentra el habitual emplazamiento de la deidad mariana. Horas antes, sin embargo, ya se ha lanzado el chupín y se ha colocado a los Dominguines en Coscojales, muy cerca de la Virgen.

«Los Dominguines eran unos borrachines del pueblo que vivían allí y a los cuales esos muñecos hacen referencia», nos cuenta Makala -compañero de la industria del libro y portugalujo de pro- frente al Arana, en la plaza de San Noé, refugio de irreductibles. Iñaki y Asier, orgullosos miembros de la Peña Jarrillera del Athletic, sin embargo, tienen otra versión: «Los Dominguines son la representación de los renteros, de los burgueses del pueblo, los que vivían en los chalés de ahí abajo, junto a la Ría; en fiestas, el pueblo llano aprovecha para ridiculizarlos». Una suerte de venganza contra esas hipotecas y preferentes de hoy, contra aquellos mercaderes y financistas de antaño, los de las «calzas negras» perseguidos en las matxinadas.

Dejamos la charla. Son las tres de la tarde y viene otro de los platos fuertes del día, la bajada de la tarde: «Se va por Coscojales y, con la ayuda de la fanfarre Gazte Leku y Los Barbis, se le canta a la Virgen eso de `Cuando al mar bogando va/ va cantando el marinero/ aquello que yo más quiero/ en Portugalete está/ Es una bella mujer...'. Es algo donde a uno se le ponen los pelos de punta», nos dice Iñaki.

Amén de la bajada en andas de la Virgen de la Guía al mediodía, los portugalujos tienen otras dos más: esta de las tres de la tarde y la de la medianoche, amenizada por la Banda Municipal. «Esta es emocionante, pero más formal, más municipal -cuenta Asier- y la de la noche es más gamberra, más reivindicativa, más de reirse de los Dominguines, la de pedir agua».

En la plaza de la Rantxe -a pocos metros de la torre del pariente mayor Lope García de Salazar y de la basílica de Santa María- le entran con fuerza a los marmitakos a concurso, al chorizo y a las chuletillas de cordero. Riguroso mahón y camisas blancas, pañuelo de cuadros. A sus pies, una repleta Coscojales. «Es la primera vez que vengo a estas horas del día», nos cuenta un futbolero santurtziarra, «pero yo diría que hay menos lío que en otros años». No es el único que así lo percibe: los hosteleros confirman que hay menos gente y también otros habituales de la fiesta, como Titi, quien asegura que «por lo general, a estas horas, en Coscojales no cabe ni un alfiler».

Este reportero, que se ha batido el cobre subiendo y bajando cuestas, va retirándose. De fondo, llegan los «penitentes», esos jóvenes arrastrando bolsas de supermercado. Queda la noche.

 

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