CRíTICA Quincena Musical
Generosidad que no llegó a triunfo
Mikel CHAMIZO
Le costó a Julia Lezhneva meterse al público donostiarra en el bolsillo. La soprano rusa de 23 años es aún un tanto tímida sobre el escenario: su trabajo se ciñe casi exclusivamente al aparato vocal, de forma que los gestos, miradas, expresiones, todos esos pequeños trucos que ayudan a establecer una comunicación con el público quedaron reducidos a la mínima expresión. Fue una pena esta atmósfera fría que se adueñó del Victoria Eugenia, porque Lezhneva hizo méritos vocales suficientes para un triunfo mucho mayor. Su color y su técnica son peculiares y distintivas, quizá no del gusto de algunos puristas del canto, que podrían criticar el punto de colocación de la voz, una oscuridad del timbre algo forzada y una dicción no siempre clara. Pero Lezhneva regaló cosas asombrosas en el recital del lunes, comenzando con un programa de impagable generosidad: desde el primer motete de Vivaldi, “In furore iustissimae irae”, ya estaba ofreciendo la rusa un espectáculo de coloratura. Pero aún más arriesgado fue el “O nox dulcis” de Haendel que siguió, cantado exclusivamente en dinámicas suaves pero con un rango de detalle amplísimo. Para muchos cantantes es más difícil cantar en pianísimo que en forte, pero Lezhneva hizo una prodigiosa demostración de su pericia técnica cantando a media voz y de la sutil musicalidad que puede desarrollar en este espectro. Otro motete, esta vez de Porpora, le permitió lucir hasta el infinito su trino, que posee de manera natural, y un fiato interminable en pasajes de larguísima coloratura. Ya en la segunda parte llegaron los Rossini y Bellini, por los que es más conocida, y el público de la sala no tuvo más remedio que ir rindiéndose poco a poco ante una cantante que no puede pasar desapercibida.