CRíTICA: «Sólo el viento»
La indefensión del pueblo gitano frente a la xenofobia
Mikel INSAUSTI
Cuando «Csak a szél» se hizo con el Gran Premio del Jurado en la Berlinale, hubo quien lo achacó a que estaba presidido por Mike Leigh, muy identificado con el realismo sucio que practica el húngaro Benedek Fliegauf. Pero este cineasta ya triunfó en Mar de Plata con «Dealer» en el 2004, así como en Locarno con «Milky Way» en el 2007. Se trata de un tipo autodidacta, que huye del cine convencional como de la peste, y que siempre busca un enfoque diferente de las cosas, viendo en cada tema que trata lo que el resto de los mortales nunca captaríamos.
«Sólo el viento» es lo más opuesto a lo que cabría esperar de una película basada en hechos reales. De alguna manera resume una serie de ataques racistas que se produjeron entre el 2008 y el 2009 en los suburbios de Budapest contra familias de etnia gitana. La cuestión es que la autoría corresponde a grupos neonazis, pero el caso todavía está siendo juzgando, por lo que la película no presupone nada a falta de una sentencia firme.
De cualquier modo Fliegauf hace una interpretación subjetiva de dicha persecución xenófoba, intentando que el espectador sienta el miedo del pueblo gitano ante la total indefensión frente a los ataques. Para ello muestra la indiferencia de las autoridades y de sus representantes policiales, mientras retrata la miseria diaria de unas familias para las que la mera subsistencia ya supone vivir dentro de una total incertidumbre.
El estilo naturalista que maneja Fliegauf recuerda mucho al nuevo cine rumano, sobre todo por el empleo de la cámara en mano a la hora de seguir a los personajes por detrás, a traves de largos travellings tan intrincados como inquietantes. La deliberada falta de iluminación se convierte en una constante, generando una tensión que lleva a intuir en medio de la penumbra unos ambientes que a plena luz resultarían insoportables.
La película merece respeto por un final demoledor, con una secuencia en la morgue que muestra cómo se preparan y se engalanan los cadáveres de las víctimas. Han necesitado morirse para recuperar la dignidad perdida, al menos en lo tocante al aspecto externo.