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CRíTICA: «Metallica Through the Never»

Marca un antes y un después en los conciertos filmados

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Mikel INSAUSTI

Los conciertos filmados ya no volverán a ser lo mismo después de «Metallica Through the Never», y lo siento por los grupos que no dispongan de medios, pero la banda liderada por James Hetfield abre una puerta a una nueva dimensión, un nuevo concepto del show de rock. De paso demuestran las infinitas posibilidades del 3D para el género musical, obligando a sus detractores, caducos ellos, a esconderse debajo de las butacas. Quienes quieran disfrutar de este tipo de espectáculo a lo grande tendrán que salir de sus casas, porque sólo lo podrán ver «comme il faut» en salas digitales de última generación.

Para la filmación del concierto Metallica escogieron dos estadios circulares en Canadá, ambos utilizados habitualmente para la práctica del deporte nacional del hockey sobre hielo. Son el Rogers Arena de Vancouver y el Rexall Place de Alberta. En el interior del recinto, a efectos de la película único, el público rodea el escenario, permitiendo la visión desde cualquier ángulo. El escenario no tiene paredes, ni ningún otro tipo de obstáculo visual. Toda la escenografía proviene del suelo o del techo, con el apoyo logístico de unos robots industriales que, con brazos mecánicos, van añadiendo elementos varios. Los cuatro músicos disponen de absoluta libertad para moverse por ese espacio diáfano, seguidos por 24 cámaras estereoscópicas. Es materialmente imposible que esas grandes y pesadas cámaras movidas por dos y tres operarios desaparezcan del plano, y a mi, en particular, me encanta que no hayan sido eliminadas digitalmente, y que su presencia forme parte del entramado.

También me agrada la parte accidental simulada, aunque el espectador sabe muy bien que en un montaje tan calculado nada va a fallar. Es una variable ficcional que conecta la puesta en escena del concierto con las secuencias de acción en el exterior, hasta formar un todo integral. El suspense y la tensión están administrados de modo gradual, con la chispa que primero salta en la instalación eléctrica, luego un micrófono que supuestamente falla, unos focos que explotan... Dicho proceso sirve para caricaturizar la siempre excesiva parafernalia metalera.

 

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