«No quiero que los niños salvadoreños sufran lo que yo viví en la guerra»
Pedrina Rivera viajó de Suchitoto a Donostia para explicar, en el marco de la conferencia internacional «Construyendo la paz desde el ámbito local» organizada por el Ayuntamiento de la capital guipuzcoana, cómo afrontó este municipio salvadoreño la destrucción y las heridas de la guerra.
Ainara LERTXUNDI | DONOSTIA
A los cinco años, Pedrina Rivera tuvo que salir huyendo junto a sus padres en medio de una dura ofensiva del Ejército salvadoreño. «Nos disparaban tanto las unidades terrestres como las aéreas desde sus helicópteros. Con grandes dificultades cruzamos el río Lempa para llegar a Honduras, desde donde también nos disparaban soldados hondureños. Muchos murieron a ambos lados de la orilla. En la travesía perdí a varios familiares, entre ellos mi tía abuela. Una vez en Honduras, estuve dos años en el campamento de La Virtud en condiciones sumamente difíciles y otros ocho en Mesa Grande. A los 15 años regresé a El Salvador, y me uní al proceso de lucha revolucionaria», recuerda a GARA.
Durante mucho tiempo, guardó silencio porque «cada vez que intentaba hablar de aquella difícil experiencia, empezaba a llorar. No podía ver imágenes de la época, ni películas que me hicieran recordar todo aquello».
«No quiero que mis hijos vivan lo que yo viví, ni que los niños y niñas salvadoreños pasen por lo mismo. Ahora lo tengo casi superado y puedo hablar, antes no. Y doy gracias a la vida porque ahora que soy madre tenemos un proceso de cambios con programas sociales, educativos, sanitarios, agrícolas y de vivienda, aunque aún queda mucho por hacer».
Como «niña de la guerra», afirma que El Salvador sigue teniendo una deuda con quienes la vivieron en carne propia, especialmente con los lisiados de guerra, que aún no gozan de una cobertura sanitaria integral. «Si, por ejemplo, un lisiado tiene su miembro inferior amputado, la atención se limita a ese muñón, obviando otras patologías de las que adolece, como la salud mental, que con los gobiernos de derechas ha estado totalmente ausente en los programas sanitarios. Si no se atiende la salud mental, cuesta mucho más sanar esas heridas».
Como alcaldesa por el FMLN, se congratula de que a pesar de que «Suchitoto fue uno de los municipios más afectados por el conflicto armado con masacres como las de Colima y Guadalupe, en la que mataron a 300 personas, la mayoría niños, hemos salido adelante. El área rural quedó totalmente destruida bajo la política de «tierra arrasada». El Ejército quemaba prácticamente todo a su paso. A principios de 1986, en plena guerra todavía, la gente empezó a regresar enfrentándose a amenazas, violaciones de derechos humanos, represión... Con la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, comenzamos a diseñar e implementar programas de reinserción y de reconstrucción de las infraestructuras dañadas. Quienes no tenían tierra fueron beneficiados con el programa de transferencia de tierras. Aunque inicialmente a quien se le asignaba un inmueble tenía que pagar por él, con la llegada del FMLN a la Asamblea Legislativa se aprobó un decreto por el cual se condonaba la deuda y las tierras fueron regaladas. Hemos conseguido que el 98% de la población tenga acceso al agua potable y la energía», explica.
En la actualidad, Suchitoto se ha convertido en un importante destino turístico nacional e internacional. Es también uno de los municipios más seguros de El Salvador y ha logrado esquivar a las maras o pandillas.
Como alcaldesa, resalta con orgullo que la clave está en la planificación y en hacer partícipes a sus ciudadanos de las decisiones integrándolos en la vida municipal. «La planificación es sumamente importante. Planificar es soñar cómo queremos un territorio dentro de 10, 15, 20 años. Y esa planificación debe contar con la participación de la gente, porque de esta forma se apropia del plan y adopta un rol protagónico en su ejecución. En Suchitoto, la gente tiene opinión y su opinión cuenta, vale».
«Desde la municipalidad desarrollamos programas con lemas como `en Suchitoto, cero drogas, cero pandillas'. Hay una institución que trabaja de manera específica este fenómeno. Cuando en alguna comunidad detecta niveles de riesgo o de vulnerabilidad, va a hablar con los jóvenes sobre lo que implica convertirse en miembro de una pandilla y les enseñan técnicas de cómo decir que no a esos proyectos de vida, que para la juventud son un fracaso rotundo. Convertirse en pandillero implica ir a la cárcel, acabar en una silla de ruedas o en el cementerio, y no queremos eso para nuestra juventud de Suchitoto. Queremos que se prepare y nos sustituya y asuma el reto de ser mejores que nosotros».
«Planificar es soñar cómo queremos que sea un territorio. Y esa planificación debe contar con la participación de la gente, porque así se apropia de ese plan y adopta un rol protagónico»
«Cuando en alguna comunidad detectamos niveles de riesgo, hablamos con los jóvenes sobre lo que implica ser pandillero y les enseñamos técnicas para rechazar ese proyecto de vida»