Los enfrentamientos cada día más frecuentes entre los militares egipcios y las redes yihadistas que operan en la península del Sinaí, además de otro test para el gobierno golpista egipcio que se enfrenta a un país políticamente dividido y con una economía en bancarrota, presentan implicaciones regionales que pueden devenir descontroladas. Los check-points militares, las comisarías de policía y los gaseoductos que nutren del gas egipcio a Israel son objetivos prioritarios en ese desértico y desolado territorio, pero el hecho de que tenga frontera común con Gaza -donde gobierna Hamas, ligada a los Hermanos Musulmanes del depuesto presidente Morsi-, con Israel, con el Mar Rojo -una de las rutas comerciales más importantes del mundo- y que yihadistas de otros países se hayan unido a los beduinos ha hecho del Sinaí un lugar donde la geoestrategia está jugando fuerte. Los golpistas egipcios acusan a Hamas de entrenar a los yihadistas del Sinaí, inundan los túneles y amagan con una incursión militar en la franja. Israel se reserva el derecho de romper los acuerdos de paz de 1979 y avisa de que si empeorara la situación, invadiría el Sinaí. Y el líder de Al Qaeda, el egipcio Al-Zawairi, llama a abrir un nuevo frente militar en la península.

Todos los ingredientes para que la situación en el Sinaí se deteriore están servidos en el menú. Y sus consecuencias serían imprevisibles.