Dicen que los medios están repletos de noticias que rara vez hacen sonreír. Y no es lo peor. Todavía cabe un esbozo de sonrisa en las páginas de cultura o deporte, cuando estas tocan el entretenimiento que ayuda a destensar el agobio cotidiano y, nunca mejor dicho, a pasar página en las informaciones que solo con el titular ya cuestionan el modo de vida al que nos abrazamos desesperadamente. ¿Por qué leer tres párrafos sobre algo que me va a amargar el día? ¿Por qué enterarme de desgracias que no puedo evitar? No, lo malo no es la falta de sonrisas en una noticia. Lo peor es la indiferencia con que se abre, se mira y se cierra el periódico, la radio o la televisión. La indiferencia es frialdad, la frialdad, deshumanización y la deshumanización el triunfo de la mentalidad capitalista, aunque se tenga la cuenta corriente a cero. La tragedia de los casi 400 inmigrantes ahogados cerca de Lampedusa, por culpa de una ley de extranjería que considera delito rescatarles en alta mar, es mucho más que una noticia impactante o católicamente vergonzosa, es la consecuencia, cuando no el objetivo, de una política fascista, calculada al milímetro; la misma que en Francia expulsa a gitanos, en Hungria encarcela a ciudadanos sin hogar o en Grecia asesina a raperos izquierdistas. El mismo ideario populista y de extrema derecha que, en Europa, sube en intención de voto y se introduce en los parlamentos. La noticia de un joven polaco, muerto de hambre en las calles de Sevilla, recogido junto a un MacDonalds, como un deshecho que no merece ni atención médica, no es la desgracia de un indigente, es la enfermedad de una mayoría social indiferente, que si no se cree culpable tendrá que saber que sí es responsable.