Lo cierto es que un frío recorre las médulas de miles de ciudadanos, trabajadores, empleados, que ven como se derrumba uno de los faros que han guiado la economía vasca. Pero ahora lo que vemos en la tele es angustia, todavía no han logrado encontrar a nadie que se exprese con contundencia de arrepentido, pero sí existe ya una tristeza que traspasa las cámaras. Es casi imposible hacer encuadres televisivos en donde no se note que algo gordo está pasando, que algo se ha roto y que todavía no sabemos hasta donde llega la riada y sus destrozos de empleo.

Las advertencias de que puede ocurrir un derrumbe general, un efecto dominó, alarman. Cuando se ven las contaminaciones que puede existir, uno tiembla. Ver un organigrama de cómo está la situación, lo que puede venir, no ayuda a ningún optimismo. Claro que es un mazazo, claro que se ha entrado en un tobogán que no se sabe dónde desemboca. Por ello hay que mirar los reportajes, las tertulias televisivas con mucha distancia. Se está utilizando esta situación para atacar globalmente a todo que representa la Corporación Mondragón, una iniciativa ejemplar hasta hace muy poco, estudiada en las mejores universidades del mundo, copiada en diversos puntos de la tierra y que ahora es objeto de ataques infundados desde el pensamiento único ultra españolista. Es bueno que existan análisis críticos para explicar una gestión que se ha demostrado ineficaz y temeraria.