No celebro Halloween, aunque tampoco necesito escudarme en pretextos culturales para justificar mi indiferencia ante esa fiesta tan yanqui. Conservo la costumbre de ir al cementerio por Todos los Santos, que me parece un espectáculo mucho más macabro, hasta granguiñolesco si uno se para a ver los panteones del pueblo gitano, tan dado al barroquismo y el exceso ornamental.

La fiesta de Halloween va a ir a más, porque el comercio necesita recursos extras en tiempos de crisis. Al cine le viene bien, y la prueba está en que durante estas fechas la película de terror «Insidious: Capítulo 2» se ha colocado en el número uno de la taquilla. James Wan se lo merece, por ser uno de los cineastas que están contribuyendo a la recuperación del género.

Y no es nada fácil, teniendo en cuenta que el miedo hace tiempo que dejo de estar en la ficción y pasó al mundo real, del que se ocupa mejor que ningún otro género el documental. Cada vez proliferan más los documentales que hacen suyos el suspense, la acción o el terror, e incluso dentro de la modalidad de amenazas animales.

Algunas de las imágenes del documental «Blackfish», sobre la orca Tilikum que mató a tres personas en el parque acuático Sea World de Orlando, resultan más impactantes que las creadas por Spielberg para «Tiburón». Los sobrecogedores videos revelan la agresividad que nace en los grandes cetáceos del cautiverio y los malos tratos.

A alguien se la ha ocurrido estrenarlo en Halloween, porque los tiempos cambian y las calabazas ya no son sólo inofensivos objetos comestibles, sino que encierran un misterio en su interior que quita el sueño.