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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-08-25
Juan Sánchez Vallejo | Médico-psiquiatra y escritor. Miembro del Area de Sanidad de EB-Berdeak
La Psiquiatría y su memoria histórica

También la psiquiatría, al igual que otras muchas actividades humanas que fueron objeto del acoso del régimen franquista, reclama su particular «memoria histórica».

Esta especialidad médica posee una serie de especificidades, sobre todo en lo referente a determinadas prácticas terápicas que hurgan en las causas sociales e ideológicas de las enfermedades psíquicas, que levantaron todo tipo de suspicacias (cuando no las iras) de aquel desdichado sistema de pensamiento totalitario. Así que, en efecto, la psiquiatría como ciencia médica, tanto en su cuerpo teórico como sobre todo en su vertiente terápica, estuvo muy mediatizada por el régimen franquista.

Un servidor, médico-psiquiatra que estudió dicha especialidad en la Universidad de Sevilla allá por los años sesenta y primeros de los setenta, desea trasladarles a ustedes algunos de los testimonios que podrían sintetizar el trato mezquino y reaccionario que recibíamos quienes osábamos saltarnos las limitaciones académicas y terápicas que en los centros oficiales de enseñanza y cátedras de psiquiatría se imponía a todo lo que sonaba a heterodoxo: el psicoanálisis, diversas prácticas psicoterápicas, comunidades terápicas, etc...

En la cátedra de psiquiatría de Sevilla estudiábamos una quincena de médicos que aspirábamos a aprender todo lo aprendible de este disciplina médica tan complicada y especial, casi marginada del resto de especialidades y tan llena de misterios, «agujeros negros» y prejuicios atávicos, lo que la hacía aún más atractiva. Pero nuestros brillantes próceres no estaban por la labor y de una forma autoritaria y cutre nos quisieron desde un principio inculcar un determinado y único modelo de psiquiatría, en el que los factores sociogénicos y psicogénicos que pueden producir patología mental no fueran tenidos en cuenta. De forma que la enfermedad mental sólo debía ser entendida desde la perspectiva de un presunto daño orgánico cerebral. Era el cerebro dañado en alguna de sus múltiples estructuras el que ocasionaba cualquier patología psíquica: depresiones, neurosis, esquizofrenias, etc... sin que intervinieran en la génesis psi- copatológica otros elementos ajenos al individuo y pertenecientes a su vida emocional, como las frustraciones, violencias, represiones morales o sociales, manipulaciones intelectuales, incomunicación, soledad... En resumen: esta psiquiatría «unidimensional y organicista» era la políticamente correcta. Subsidiariamente el devenir emocional del sujeto no contaba para nada, no existía. Eramos los seres humanos, desde esta singular perspectiva, personas amorfas y en manos de un azar que tenía en sus manos nuestro funcionamiento cerebral.

Se escamoteaba así, de cuajo y sin más contemplaciones, la posibilidad de sopesar las posibles nocivas influencias del entorno social sobre el desarrollo existencial del individuo.

Naturalmente esta forma de entender la psiquiatría llevaba a la conclusión de que sólo los tratamientos que actuaran sobre las supuestas lesiones cerebrales (nunca demostradas hasta el momento presente) eran eficaces y científicamente aceptables. Sólo los métodos y sustancias que influían sobre el estatus neuronal «podían curar o mejorar», como el electroshock (descar- gas eléctricas sobre el cerebro de los pacientes depresivos o psicóticos), las curas insulínicas de Sackel (choques convulsivos por hipoglucemia inducida tras la administración programa de insulina), choques cardiazólicos (parecido a lo anterior), la siniestra y cruel lobotomía (cortar un fragmento de encéfalo con fines supuestamente curativos) y, sobre todo, la utilización abusiva de psicofármacos potentes que constituían el perfecto relevo a las camisas de fuerza. Todo esto sin contar con los ingresos involuntarios en los manicomios de aquel entonces.

Aquel «franquismo psiquiátrico» despreciaba y perseguía al psicoanálisis y a las prácticas psicoterápicas, pero también a esas otras alternativas nosocomiales que deseaban superar el régimen de internamiento «vitalicio» de los manicomios tradicionales (se perseguía con auténtica saña los intentos de organizar comunas terapéuticas, hospitales de día, etc...).

Del psicoanálisis se decía que era poco menos que concupiscente y depravado en sus fines (sic), y quienes lo estudiábamos perseguíamos más fines políticos que científicos según expresión de nuestro, aquel entonces, catedrático de psiquiatría.

Y en cuanto a los manicomios de entonces, eufemísticamente llamados hospitales psiquiátricos, podría un servidor aportar innumerables testimonios que pondrían los pelos como escarpias al más cachazudo de los lectores. Sólo voy a señalar algunas pinceladas para situarles a ustedes en pers- pectiva: Normalmente el que entraba en aquellos centros no salía (a veces ni después de muerto, ya que algunos manicomios tenían su propio cementerio).

Los médicos alumnos que realizábamos nuestras prácticas en estos centros (en nuestro caso nos correspondió el de Miraflores de Sevilla) nos teníamos que dedicar, entre otras tareas, a elaborar o completar historias clínicas y fichas de muchos pacientes que ni siquiera disponían de estos elementales documentos, ni tampoco la filiación exigible en estas circunstancias. También proliferaban, aunque cueste creerlo, los internados que tras la guerra civil se encontraron como destino en vez de los barrotes de la cárcel los del manicomio. ¿Consideraban tal vez en aquellos años las autoridades más punitivo el manicomio que la cárcel?

Probablemente una de las facetas menos investigadas pero más negras y siniestras del franquismo (y otros regímenes totalitarios) es el trato que estos sistemas políticos dispensan a los llamados marginales, y muy especialmente a aquellos ciudadanos estigmatizados por la enfermedad mental, que resultan molestos, que estorban, y, por consiguiente, son sacados más o menos violentamente del engranaje del sistema.

Obviamente no puedo trasladarles a ustedes todas las imágenes que veíamos y vivíamos a diario en Miraflores, pero les aseguro que lo que les narro a continuación se ajusta con toda fidelidad a la realidad de aquel centro: sótanos húmedos y fríos con celdas individuales sin más luz que la que entraba a través de los barrotes de la puerta (carecían de ventanas). Allí estaban los considerados «peligrosos», sin más vestimenta que unos mandiles llenos de orines y excrementos y sin más calefacción que un pequeño radiador eléctrico adosado al techo (para que no lo pudieran alcanzar). Por cama un jergón sucio y maloliente. Una vez por semana les tocaba a los internados «limpieza general». Les conducían en fila a un gran patio donde manguera en mano (ya fuera verano o invierno) les daban a cada uno el manguerazo correspondiente... y a continuación otra auxiliar ad hoc les desparramaba por sus genitales con un aparato fumigador la dosis de algún producto antiséptico.

Supongo que muchos lectores se estarán preguntando qué hacíamos en aquellas circunstancias. Desde luego algunos no nos cruzamos de brazos. Se nos ocurrió la idea de fotografiar (clandestinamente) imágenes y situaciones tan bestiales e inhumanas, y, no contentos con eso, expusimos como pudimos algunas de aquellas fotografías en algún tablón de anuncios de la facultad de medicina de Sevilla.

Los resultados se los pueden ustedes imaginar: reacción prácticamente unánime de rechazo, estupor y protesta activa por parte de nuestros compañeros universitarios y, de la autoridad académica competente, «juicio sumarísimo» contra los que osamos sacar a la calle aquellas secuencias de la vida interna del honorable centro sevillano. El director del centro nos declaró «personas non gratas», con la prohibición expresa de pisar el centro. Hubo otras represalias aún más severas, pero no es mi pretensión contar batallitas del abuelo y entrar en detalles personales que a buen seguro no interesan a nadie.

Les aseguro que podría extenderme mucho más en anécdotas e imágenes de este calibre, y que eran fiel exponente de la situación de la psiquiatría en aquellos años. Vaya por delante que los profesionales de esta especialidad hacían lo que buenamente podían y sabían con arreglo a sus conocimientos científicos. El problema de fondo estaba en que el paciente mental era presentado por los prohombres y científicos del régimen como algo irrecuperable y necesariamente oneroso para la sociedad, y quizás lo peor de todo era que aquellos profesionales de buena voluntad que querían dignificar al enfermo psíquico se solían encontrar con la incomprensión, el desprecio y hasta la persecución de las autoridades políticas, administrativas y académicas.

Ante cualquier denuncia de estas situaciones se recurría al manido sambenito franquista de la «politización». Todo lo que no se ceñía al ámbito de lo políticamente correcto era cosa de «rojos resentidos y tontos útiles». Se llegaba a tachar de inmoral todo intento de terapia dirigida a esquizofrénicos, alegándose que al ser esta una enfermedad manifiestamente incurable carece de rigor científico y de ética deontológica intentar terapias consideradas potencialmente curativas.

Había, pues, muchos Franco. Con honrosas y bien conocidas excepciones cada cátedra universitaria española estaba gobernada por el correspondiente dictador, que hacía y deshacía a su antojo. Impartían docencia y doctrina. Sus calificaciones académicas tenían demasiadas veces más que ver con la sumisión ideológica que con los conocimientos adquiridos bajo su «mandato académico».

Los que tuvimos la desgracia de estudiar bajo aquellas circunstancias al menos podemos permitirnos asegurar que las cosas en el ámbito de la psiquiatría van cambiando, si bien queda mucho camino por recorrer hasta que veamos a los enfermos psíquicos tratados con la misma dignidad e interés que el resto de los enfermos.

Guardo para mi fuero interno la larga lista de «científicos y catedráticos», lacayos del régimen franquista que han pasado por nuestra sociedad como poco menos que paladines de la psiquiatría. Para todos estos vaya el mayor de los desprecios; el mío propio y el de muchos colegas que no quisimos supeditarnos a su hipócrita e inhumana visión de la atención psiquiátrica. -


 
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