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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-08-25
Martin GARITANO
Epílogo en Uriondo
·LA VIDA SIGUE IGUAL (LXIV)

Juanjosito abrió antes que de costumbre el kiosco. Había pedido a la distribuidora que aumentara las cantidades de los diferentes periódicos y su propia curiosidad le hizo saltar de la cama. Desde que Simón les anunció que todos los detalles de lo ocurrido en Uriondo aquel verano vendrían en la prensa del día siguiente, las cábalas se habían disparado y cada miembro de la cuadrilla defendía su propia tesis. Alguna disparatada, como la de Xuxú, que relacionaba todo lo ocurrido con alguna secta esotérica.

Abrió los paquetes retractilados y desplegó los diferentes periódicos sobre el mostrador. Se sirvió un café del termo y se dispuso a leer la que sería, en Uriondo al menos, la noticia del día.

El titular del primer ejemplar que tomó entre las manos no dejaba lugar a la duda: «Desarticulada una anda internacional de traficantes de droga». Y en el subtítulo: «La Ertzaintza les atribuye, al menos, cuatro asesinatos y un delito de inducción al suicidio».

El detalle de la «inducción al suicidio» le llevó a pensar en Josefo. ¿También él estaba en el lío?

No tuvo tiempo de seguir con las cábalas. Simón, por un lado y Huesitos, desde el otro extremo de la plaza, se acercaban al kiosco, picados por la curiosidad.

­¿Trae algo la prensa?

­Joder que si trae... Mirad, mirad.

Cada uno cogió un ejemplar y siguieron leyendo.

Según el cronista, «una banda internacional dedicada al tráfico de drogas, dirigida desde Colombia por Eugenio Valderrosa, importante capo de la cocaína y comandada en Gipuzkoa por Luis Salazar se introdujo hace poco más de un año en el mercado vasco de la droga a través de Salazar, conocido en los ambientes del proxenetismo como Alicate.

­Mira, no está mal el mote: Alicate Salazar. Valiente hijo de puta.

­Pero... ¿tú le conoces?

­Pues claro que le conozco, si es el dueño de la mitad de los puticlubs de por aquí. Un pájaro de cuenta. Dicen que a las chicas que intentaban abandonar su negocio les aplastaba el dedo meñique con un alicate. Yo eso se lo he oído a varias chicas.

salazar utilizaba la ermita

Simón hizo un gesto de desaprobación y siguió leyendo:

«Fuentes de la investigación confirman que, de lo instruido hasta el momento, se deduce que Salazar utilizaba la ermita de Santa Ana, en Uriondo, como punto de desembarco de las partidas de droga procedentes de Colombia y también como laboratorio en el que se manipulaba la droga para aumentar su cantidad y preparar su distribución a través de una vasta red de ‘camellos’».

­Y de los muertos, ¿no habla o qué?

­Espera, coño, lee un poco más abajo.

La crónica hablaba del túnel y daba cuenta de que su existencia era conocida por algunos viejos gudaris que participaron en su excavación. Uno de ellos, preguntado por el periodista, confirmaba el uso que se le dio durante la guerra pero manifestaba su extrañeza porque creía que «durante la retirada, un grupo de dinamiteros quedó encargado de su voladura». Algo sucedió, pero el túnel se mantuvo intacto y Salazar lo supo.

En referencia a los tres crímenes de Uriondo, el periodista se extendía en detalles morbosos sobre la técnica empleada por el asesino a la hora de rebanar el gaznate de las víctimas. Similar a la empleada, al parecer, en la matanza del cerdo.

Según la información, el ejecutor de los crímenes había sido Miguel y la razón no era otra que la desaparición de una importante cantidad de cocaína que los tres muertos habrían desviado a otra red que ellos mismos dirigían en el Estado francés.

Las declaraciones de los tres detenidos daban mucho más de sí. Salazar habría explicado que su relación con Miguel tenía su origen en las deudas de juego que aquel habría contraído y que no podía pagar. La muerte de Arizabala, a manos de los otros dos detenidos, uno de ellos el sobrino de Josefo, se explicaba porque «a esas alturas conocía demasiados detalles sobre la estructura, componentes y actividades de la trama mafiosa y había anunciado su intención de abandonar el grupo. Al parecer ­proseguía la crónica­ Arizabala había mantenido en fechas recientes una fuerte discusión con Salazar en la que el jefe del grupo le conminó a seguir trabajando para él y a revelar un segundo escondite en el que guardaban una importante cantidad de dinero procedente de la venta de droga. Ese segundo depósito sólo lo conocían Miguel Arizabala y José Barrenetxe, encargado este último de su custodia».

­Joder con Miguel y Josefo. En vaya fregado estaban metidos. No lo hubiera creído.

­Me imagino que cuando mataron a Miguel, a Josefo se le reventarían los nervios.

­Pues imagínatelo...

La referencia a Josefo estaba al final de la crónica en cuestión: «Muerto Arizabala, la atención del grupo mafioso se centró en José Barrenetxe. Fue localizado gracias a la información de su propio sobrino y Alicate Salazar inició una campaña de presión psicológica sobre su subalterno. Concertaron una cita en la ermita de Santa Ana pero, poco antes de la hora fijada, Barrenetxe, sometido a una presión que terminó por desquiciarle, se suicidó colgándose de un árbol».

«Pasa a nuestro alrededor»

Amanecía en Uriondo cuando Huesitos y Simón se alejaron del kiosco en dirección al K.O. Eusebio acababa de abrir y los dos amigos necesitaban un café bien cargado.

­¿Qué te ha parecido la historia, Luis Mari?

­Pues qué me va a parecer... un auténtico disparate. Pero esas cosas pasan, Simón. Y pasan aquí mismo, a nuestro alrededor, aunque muchas veces no nos enteramos de lo que sucede ante nuestras propias narices.

­Tienes razón, Luis Mari. Tienes razón.

­Que no me llames Luis Mari, coño. Llámame Huesitos, como toda la vida.

Simón pagó los cafés y se despidió:

­Bueno, voy a la parroquia, que tengo que organizar todo para el entierro de Josefo.

­A las doce en punto sale la ronda del K.O. No lo olvides.

­Para esa hora habré terminado.

También Huesitos se fue a casa, a matar el tiempo. Salió del bar tarareando «la vida sigue iguaaaal». -


 
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