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Gara > Idatzia > Kultura 2006-10-03
Ramón Javier Campo da las claves de la derrota de los nazis en los Pirineos
Es el año 1940. Tres refugiados del Estado francés se reúnen en una iglesia de Donostia y trazan una red de espionaje entre la capital guipuzcoana y la estación ferroviaria de Canfranc, en el Pirineo aragonés. El objetivo es combatir al nacismo y ayudar a los aliados ofreciéndoles información. «Parece una película de ficción, pero el relato es real. Parte del sumario judicial encontrado por un nieto del aduanero Juan Astier, condenado por Franco», señaló el autor Ramón Javier Campo.

DONOSTIA

«Emilio era apenas un niño de nueve años cuando iba a comer los domingos a casa de su abuela Presentación, en la calle Pedro María Ric de Zaragoza, con sus padres, sus hermanos y sus tíos ­cuenta Ramón Javier Campo en el libro “La estación espía”­. Durante aquellos encuentros el pequeño Emilio escuchaba a veces historias de su abuelo Juan Astier, al que conoció pocos años, en las que lo ligaban con el espionaje y el desembarco de Normandía. Aquel recuerdo le persiguió mucho tiempo en su adolescencia y juventud». En la rueda de prensa de ayer, realizada para presentar la obra, el joven aragonés Emilio Astier admitió que para él esas historias no eran más que leyendas de sobremesa.

Años más tarde comenzó a investigar si era cierto y se topó con el sumario judicial en el que se condenaba a su abuelo y a otros treinta vascos, franceses y aragoneses por un delito de espionaje. «Nadie en toda su extensa familia había accedido a esos documentos y él iba a tener ese privilegio. Al fin descubriría qué le ocurrió en verdad al ‘aitona’. La realidad iba a superar a la ficción o leyenda en la que había vivido».

Donostia, escenario vital

El relato “La estación espía” se basa precisamente en ese sumario judicial, donde Donostia aparece vinculado a la estación ferroviaria de Canfranc, en el Pirineo aragonés. «La capital de Gipuzkoa fue un escenario vital de espionaje de los aliados en la Segunda Guerra Mundial ­aclaró el periodista y escritor de Huesca Ramón Javier Campo­. Fue aquí donde se trazó la red de espionaje 23031 entre la ciudad y Canfranc, con el fin de remitir información a la embajada británica de Madrid».

Fue en junio de 1940, cuando Robert Paloc Fontán, Andrés Nodon Camiade y Juan Andrés Richard estaban refugiados en Donostia. Los tres amigos se reunieron en la iglesia de las Carmelitas para reaccionar al armisticio que había firmado el mariscal Pétain con Hitler. Remitieron una carta a la embajada británica de Madrid para mostrarles su disposición de estructurar una red de espionaje.

La red buscó el apoyo de Canfranc, y la estación fue clave, ya que era el lugar por donde debía pasar el oro nazi. Los británicos recibían información todos los días. Porque Juan Astier trabajaba en una agencia de Canfranc, en Aso, que movía toda esa mercancía.

Una treintena de personas fue detenida y juzgada por el apoyo al Gobierno inglés aliado. Franco entendió que iban en contra de una nación amiga, que era Alemania. Andrés Richard fue uno de los juzgados. Su hija Elena, que tiene ahora 81 años, hizo alarde de su buena memoria ante los medios: «Recuerdo cómo paseaban los soldados alemanes por Donostia. Comían platanos con la piel y todo. Detuvieron a mi padre el 3 de abril de 1942. Era Viernes Santo. Vinieron cuatro hombres a casa, dos policías españoles y otros dos alemanes, y se lo llevaron detenido para trasladarlo a la cárcel, en Madrid. No pudo ni despedirse. Aún puedo ver su mirada, que decía:‘Estos me llevan a cortar la cabeza’». Con 17 años, Elena fue la única persona que visitó a los treinta detenidos de la red de espionaje. También se presentó al juicio, aunque no le dejaron entrar.


 
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