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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-12-18
Mario Zubiaga | Profesor de Ciencia Política de la UPV-EHU
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Tiempo, temple, y tenacidad. Estos son los tres nuevos arcanos del proceso de paz. Los que subyacen al camino largo, duro y difícil que hace unos meses nos pronosticaba Rodríguez Zapatero. Este discurso trino, además de políticamente infantil, o precisamente por eso, es de honda raigambre española. Recordemos si no los ripios «paz, pan y trabajo» o aquel matizado lema cedista de «fe, fe, fe, disciplina, disciplina, disciplina». No obstante, esta galleta discursiva, por sim- plona que parezca, nos acerca bastante a las secretas claves de la coyuntura. No anda desencaminado el tan ingenuo como perverso presidente Zapatero.

No en vano, el tiempo es la variable que todo buen negociador quisiera mantener bajo control. ¿A favor de quién corre en este momento? Parece evidente que hasta las próximas elecciones el PSOE no desea asumir ningún compromiso público que le pueda suponer el más mínimo coste político. Y si hoy coquetea con la podredumbre del proceso es porque sabe que el tiempo histórico juega a su favor, y, por tanto, en contra de las fuerzas que impulsan un cambio político profundo. Además, el peligro de una hipotética ruptura no sólo puede estar ya amortizado, sino que en la situación actual pudiera incluso beneficiar al Gobierno español: sería la mejor manera de desmontar la precampaña popular, basada en la presunta cesión ante ETA. Desmontarla, cediendo a su razón última, claro está.

Y, en este sentido, el PSOE no está demostrando el temple necesario para administrar sabia y autónomamente el tiempo de la negociación. Su discurso público está condicionado en buena medida por el marco interpretativo que le define la oposición y sus corifeos mediáticos. La reciente iniciativa exculpatoria y vergonzante del video es una buena prueba de ese seguidismo discursivo respecto del PP. A estas alturas el PSOE parece temer más una crisis partidaria interna y externa ­electoral­ de la que pudiera derivarse de una vuelta a la situación anterior a la tregua.

Por eso, nuestra última esperanza es que al menos tenacidad no le falte al socialismo español, porque los tropiezos no han hecho más que empezar. No parece que el retroceso vaya a ser total o fulminante ­algunas bases parecen sólidas e inamovibles­, pero habrá que ser muy tenaz para superar los acontecimientos que muchos ya vaticinan. Si como dicen todos los expertos, cualquier paralización, no hace sino retrasar dolorosamente lo inevitable, ¿por qué está detenido entonces el proceso? ¿Será que algún actor político ­el Gobierno español­ piensa que va a obtener un beneficio negociador de ese retraso? ¿Cuál sería el coste efectivo actual de una ruptura para ambas partes? Si hasta ahora parecía existir un interés objetivo mutuo y parejo en no dinamitar la negociación, cada vez parece más claro que se está produciendo un cierto desequilibrio estratégico en favor de las posiciones gubernamentales. Por eso, si deseamos superar el actual bloqueo, quizás sería conveniente reequilibrar el reparto del coste de una hipotética ruptura. ¿Cómo?

La acción colectiva conduce a cambios efectivos cuando se logra la deserción, o, al menos el realineamiento de las élites políticas. Tales procesos se pro- ducen como consecuencia de ciclos de protesta/negociación/acuerdo que en pequeña o gran escala suelen responder a unos mecanismos motores muy similares. Sólo citaremos dos de ellos:

­La correduría (brokerage) es el mecanismo mediante el cual los actores colectivos ponen en contacto lugares sociales antes inconexos y/o desmovilizados facilitando la formación de coaliciones amplias que posibilitan la reforma. Frente a la postura torera del «dejadme solo» en la negociación, quizás pudiera ser más adecuado reforzar, como se está haciendo últimamente, un «frente negociador» abierto a sectores sociales lo más amplios posible. Iniciativas como la del manifiesto de Ahotsak pudieran quizás ampliarse reuniendo a víctimas de ambos lados, por ejemplo. Por otra parte, la correduría debiera atender no sólo al proceso en sí, sino también a sus contenidos. Sin un acuerdo soberanista extenso va ser difícil que las posiciones favorables al cambio partan de una buena posición en la verdadera carrera, la que se iniciará «el día después». Es lamentable que las fuerzas sociales sean hoy meras espectadoras o jaleadoras del proceso, atrapadas en el síndrome «Don Tancredo en rueda de prensa». En este sentido, es lamentable que algunas campañas movilizadoras de peso ­sobre la autodeterminación, entre otras­ se estén quemando sin correduría apreciable.

­La innovación táctica en los repertorios de acción colectiva es una de las llaves que permiten a los movimientos sociales abrir las puertas del cambio social y político. En este sentido, no parece que lo más conveniente sea la vuelta a los repertorios de acción clásicos que polarizan a la sociedad vasca en el antiguo y desfavorable eje de conflicto ­violento/demócrata­, y en los que la debilidad política y logística de las fuerzas del cambio son evidentes. Ultimamente, de forma más o menos espontánea e individualizada, se están ensayando formas de resistencia civil que pudieran tener un mayor recorrido en el futuro. Las viejas fórmulas de acción colectiva están en el límite de su caducidad, y como dice el filósofo Zizek para «arriesgar lo imposible» lo que necesitamos más «es una cierta violencia contra nosotros mismos».

Además de estos grandes mecanismos, es conveniente no perder de vista, más en detalle, los aspectos tácticos que se reflejan en estos otros mecanismos menores, típicos en toda negociación:

­En relación con los SUJETOS. En primer lugar, habría que atender al mecanismo de «interlocución válida o certificación mutua». En los procesos negociadores es preciso determinar claramente quién es el sujeto capaz de asumir compromisos efectivos. ¿Está suficientemente claro este mecanismo en nuestro caso? Es evidente que si por un lado el interlocutor válido debiera ser el sistema político español, no es lo mismo acordar las cosas sólo con Egiguren, también con Rubalcaba, en compañía o no de Alfonso Guerra, o además con Rajoy, o incluso con Acebes... ¿Compromete lo acordado hasta ahora al sistema político en su conjunto? ¿Se está hablando realmente con los «los poderes fácticos»? No está muy claro el asunto. Sin embargo, la interlocución válida por el lado abertzale, es decir, la certificación del agente negociador, parece más clara, aunque no sea jurídicamente efectiva. Y ahí está precisamente uno de los nudos gordianos. La certificación o legalización de la izquierda abertzale se plantea como condición, por un parte, y como consecuencia, por la otra. Unos pretenden echar mano de la vieja receta disolvente aplicada al PCE en la transición, y otros, con razón y escarmiento en cabeza ajena, no quieren platos de lentejas envenenados.

En cuanto al mecanismo de «flanco radical», en este momento, parece que no ha pasado de su primera fase, la que invita a (auto)limitar la oferta propia y la pretensión del oponente porque el flanco radical respectivo ­presuntamente, el PP o ETA­ no permite mayores concesiones. En una hipotética segunda fase, el doble mecanismo de flanco radical debiera permitir una convergencia entre los sectores moderados de cada posición negociadora. El único problema es que si en el bando sistémico el reparto de papeles es evidente ­PP como flanco radical del PSOE­, en el otro lado los roles no son tan claros: ¿Jugará el PNV a flanco moderado de la izquierda abertzale para protagonizar, como siempre, la convergencia final? En el seno de la fracción militar, como en Irlanda, ¿será factible esa beneficiosa disociación de flancos entre las referencias políticas y militares de la izquierda abertzale?

­En relación con el OBJETO de la negociación, un primer mecanismo a analizar es el de «la gestión de la rayas rojas». Parece que el bloqueo actual se produce porque no se ha llegado a definir con claridad la intersección de las distintas «rayas rojas», los límites de lo (in)asumible para las partes. Es más, el cruce de rayas que delimita un espacio de acuerdo que todos los actores puedan enmarcar como éxito puede verse dificultado por la incoherencia a la hora de dibujar los límites que cada uno está dispuesto a aceptar: La raya roja interna ­la que impide la fractura partidaria y asegura el liderazgo actual­, la que se plantea en la mesa negociadora y la pública, ¿son coincidentes en cada uno de los actores? No parece que hoy por hoy esa coherencia sea cierta. Es más, la raya roja pública ­«no pagar precio político», por ejemplo­ puede convertirse en un límite infranqueable que torpedee la negociación. Y eso que la habilidad partidista para modificar el discurso y la amnesia de la opinión pública son factores que se presuponen. Por otra parte, no hay que olvidar otro mecanismo imprescindible en estos casos, el de «la zorra y la uvas»: es conveniente desear sólo lo alcanzable, y elaborar un discurso interno y externo acorde a ese mecanismo. Así se evitan frustraciones y desencantos típicos en toda transición política.

­En relación con el PROCESO negociador, al hilo de la polémica entrevista con Txema Montero, esta semana han adquirido protagonismo tres mecanismos alternativos. El primero, el denominado «borde del abismo», se refiere a la necesidad que en toda negociación bloqueada existe de llevar las cosas al límite, sabiendo que no se va a caer en el abismo, pero haciendo saber que esta caída es posible. La gestión inteligente de ese mecanismo suele ser un activador eficaz de voluntades. Alternativamente, los discursos de la última semana nos pueden colocar ante los mecanismos de «ultimátum escalonado», y/o el correlativo de «la tirita antes de la herida»: unos actores estarían preparando la justificación de la ruptura, y otros, por su lado, al advertir que tal ruptura se va a producir a fecha fija, estarían intentando desactivar tanto su eficacia como sus hipotéticos costes.

Esperemos que las añagazas y requiebros de estos días respondan más a ese primer mecanismo desatasca- dor que al segundo o al tercero, ciertamente claudicantes. Esperemos que ésta sea una tregua más tenaz y templada que la anterior. Sabiendo eso sí que tal cosa depende, a su vez, de la tenacidad y templanza del presidente, y, sobre todo, de su renuncia, forzada o voluntaria, a jugar con el tiempo. Con su tiempo, con nuestro tiempo. -


 
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