Victoria Mendoza - Psicoterapeuta
Reír y llorar, con o sin terapia
Todos los días en los medios de comunicación leemos noticias de todo tipo de delitos, robos, violaciones, asesinatos, maltrato doméstico a mujeres, niños y ancianos, accidentes, guerra, corrupción, tortura, incendios, contaminación, y una lista enorme de noticias no gratas, con las que muchos comienzan sus mañanas. En el mundo de la terapia, cada día aumenta el porcentaje de gente estresada, solitaria, con miedos y fobias, con ansiedad, con depresión, rabia contenida, violencia reprimida y manifiesta. Cada año, se observa que los trastornos psicológicos van en aumento, y lo más grave es que cada vez son más jóvenes los niños y adolescentes que padecen conflictos y problemas psicológicos. Los profesores se quejan de indisciplina, falta de motivación, falta de respeto, y falta de interés o colaboración de los padres. Los padres de familia se quejan que las escuelas ya no son lo que eran antes, que a sus hijos ya no se les enseña disciplina y ellos mismos no saben ni pueden controlar las conductas agresivas y conflictivas de los hijos. Las terapias abundan, como un negocio más; van creándose nuevos tipos de terapia, por ejemplo terapia de la risa, del abrazo o terapia para aprender a acariciar a sus bebés. Todos estos inventos son el reflejo de nuestras necesidades y carencias afectivas y emocionales, son la proyección de que la sociedad cada vez más consumista necesita de parches y remiendos para sostenernos de alguna manera sin derrumbarnos del todo. ¿Por qué todo tiene que ser un negocio? ¿Por qué debemos pagar para que nos enseñen que es sano reírse o para que nos recuerden cómo debemos reírnos o para que se nos permita un espacio para reírnos sin sentirnos culpables o ridículos? ¿Por qué debemos pagar por que nos abracen o nos enseñen a abrazar? ¿Por qué debemos pedir permiso y hasta perdón por saber reír o para tener que llorar en algún taller terapéutico? ¿Por qué no enseñar a nuestros hijos que reír y llorar es importante, necesario y natural? ¿Por qué no recordar los adultos que tenemos una parte niño-a, necesitada de juego, risas y caricias? ¿Por qué no nos dejamos de prejuicios y de miedos y aprendemos a abrazar a nuestros hijos, nuestras parejas, a ser menos serios o tener caras menos largas y más agradables y sonrientes en nuestros trabajos? Deberíamos procurar aprender en la vida misma, en todo momento, con cada persona, lo mismo que aprendemos a hacer o nos permitimos hacer en una sesión de terapia. Aprender y recordar que la mejor terapia es la vida misma. -
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