Si se observa con mirada sosegada y se añade la objetividad imprescindible a la sin duda importante situación política que se vive en Euskal Herria, pudiera ser conveniente recordar algunos fundamentos claros y precisos, para que nadie se llame a engaño ni pretenda sacar provecho de una debilidad inexistente.Si aceptamos estar buceando en el «introito» de un proceso que debe ser fundamental no sólo para los vascos, también para los españoles es debido fundamentalmente a dos razones: al trabajo, sacrificio y lucha durante décadas del conjunto de la izquierda abertzale; y a la calamitosa historia del nacionalismo español. Y es así, porque desde la muerte del dictador Franco y durante treinta largos años, ninguno de sus gobiernos ha sido capaz de madurar un proyecto lógico, racional y democrático que garantice libertad y paz en respetuosa vecindad.
Hoy se reproducen situaciones vividas hace tres décadas, y esto es así porque lo que está en juego es lo mismo que entonces, pero debe también subrayarse que si la interlocución ha sufrido variaciones importantes la izquierda abertzale es parte indispensable de la misma los intereses que defienden las partes «todas» siguen siendo los mismos, no han variado.
La derecha española condensada en el PP, que entonces como hoy se postula como única «defensora de la patria», sigue siendo víctima de una dirección obsoleta y sin proyecto, en la que se visualizan los últimos vestigios del franquismo. Si entonces rechazaban la Constitución, hoy se muestran como abanderados del patriotismo constitucional, por la misma razón que hace tres décadas la rechazaban: para que no cambie nada.
No desarrollan un pensamiento político y desconocen la importancia de la ética y la moral en la vida política. Su formación franquista les impide escuchar, viven y necesitan del enfrentamiento e ignoran las leyes del juego democrático. En suma, suponen una hipoteca permanente para la débil democracia española, y constituyen un peligro para el futuro de sus compatriotas.
Por su parte, la socialdemocracia española encarnada por un PSOE que ejerce desde décadas como partido nacional-liberal-contrarrevolucionario, también como entonces, con una dirección plagada de oportunistas inteligentes, continúa hipotecada en manos de la burguesía y el dinero. Es por eso que el gobierno de Zapatero ha modificado el agrio discurso de su predecesor, pero mantiene al máximo rendimiento el complejo repre- sivo policial y judicial. Con su comportamiento, Rodriguez Zapatero muestra con claridad que el concepto de Estado que él comparte es el de un instrumento al servicio de los intereses de la clase dirigente y garantía de su dominación.
Lo muestra con meridiana claridad al instrumentalizar las instituciones básicas de «su» democrático Estado, puesto que parece ignorar que las instituciones básicas de una democracia no deben distinguirse por ser más o menos ordenadas y eficientes, sino que deben ser sobre todo justas. En ellas debe prevalecer la concepción de justicia conforme a la cual, la corrección moral de un acto depende de las cualidades intrínsecas de dicha acción, y no de su capacidad para producir un estado de cosas previamente valorado.
Con todo esto, el señor Zapatero nos muestra que no está especialmente «dotado», como no lo estuvieron sus predecesores, de la convicción democrática necesaria que permita aceptar y respetar la voluntad del pueblo vasco, libre y democráticamente expresada. Más claro, no está capacitado para afrontar la caducidad del modelo de Estado. Dice querer integrar y practica lo contrario cuando niega la diferente realidad cultural y nacional, tratando de ignorarlo con un artificioso reparto de competencias.
Toda esta serie de argumentos contradicen lo que se viene diciendo reiteradamente desde diferentes tribunas de la dirección del PSOE, respecto a determinadas decisiones que «dicen» pretenden dibujar un futuro sin violencia política. No parece, haciendo una lectura de los hechos, que contribuyan a un fin plausible que no sea otro que el mantenerse en el poder. Es decir, tienen previsto utilizar el poder sólo con el objetivo de reproducirlo.
Llevo muchos años, muchos, afirmando que el PNV nunca defenderá un proyecto que no sea asumido por el poder central español. No lo hizo hace tres décadas y por propia voluntad tampoco lo hará en esta ocasión.
Lamentablemente, mantiene una estructura con el poder y la fuerza necesarias para captar una bolsa importante del voto abertzale que le permite desarrollar una diligente labor de «celestina» con resultados que hoy por hoy le facultan como gestor delegado de Madrid. De hecho, su forma de hacer política, su acerada vocación mercantil, la dureza con que defiende la polivalencia de sus intereses, lo convierten en un auténtico «caballo de Troya».
La dirección del PNV puede llegar a fomentar movimientos, cambios y proyectos en la medida que los pueda controlar, pero que nadie espere que lo haga con aquello que pudiera poner en riesgo su status actual de gestor en la CAV.
En estos duros días vividos, que nos recuerdan otros idénticos durante el franquismo, debemos hacer una lectura correcta de lo sucedido. Conviene no olvidar que es el PNV, junto a PP y PSOE, uno de los progenitores de la dispersión. También, que además de otras muy graves e irreparables consecuencias, la dispersión ha sido y es utilizada por todos ellos como herramienta política para debilitar a la izquierda abertzale y así evitar que el proyecto que ofrece al conjunto de la sociedad vasca, obtenga el respaldo popular necesario que pudiera romper su «tradicional» hegemonía.
Estos son y no otros, quienes haciendo pequeños gestos de complicidad, se sientan en torno a una mesa en la que se pretenden consensuar las bases de un futuro diferente.
Sin acritud alguna pero con la más firme de las convicciones, puedo afirmar que la dirección del PNV tiene hoy sobre la mesa tres líneas de trabajo en lo que respecta al «proceso» que tanto se menciona: a) Colaborar en la desestabilización de la izquierda abertzale; b) Dificultar que la pró- xima confrontación electoral pueda ser «normalizada»; c) Caminar buscando los apoyos necesarios hacia una conclusión del proceso que resulte inaceptable para la izquierda abertzale.
Es decir, la dirección del PNV, coincide plenamente con el Gobierno español, pretende utilizar el poder sólo con el objetivo de reproducirlo. Todos trabajan con el mismo objetivo: que la nave que patronea la izquierda abertzale llegue a puerto en las peores condiciones. Nadie lanzará torpedos que puedan hundirla, porque la necesitan a flote para «legitimar» su próximo fraude.
Sólo hay un modo de evitarlo, trabajando duro, sin miedo, tenemos tiempo. Mienten quienes afirman que se nos acaba. Debemos ser conscientes que según avanza el calendario más y mayores serán las trampas. Con tranquilidad y convicción se puede afrontar lo que viene. Repito, el futuro es nuestro. -