Víctor Moreno - Escritor y profesor
Reprivatización económica y literaria
Algunos teóricos suelen enzarzarse en polémicas acerca del origen y desarrollo de la literatura ensimismada o autista de los dietarios, diarios y mermeladas parecidas.
En su tiempo, la tesis explicativa de este fenómeno que más llamó mi atención fue la del profesor José Carlos Mainer. Decía lo siguiente: «A la reprivatización de la vida económica que ha concluido con el mito del estado benefactor y ha exaltado la iniciativa individual ha de corresponder una reprivatización de la literatura: en lo que tiene de creación de un mundo imaginario y en lo que tiene de uso y disfrute por parte de autores y lectores».
¿Qué decir? En primer lugar, habría que preguntarse qué se entiende por «reprivatización de la economía». En segundo lugar, qué se entiende por «reprivatización de la literatura», porque si ésta se reduce a lo que tiene de creación de un mundo imaginario, uso y disfrute, por parte de lectores y autores, habría que preguntarse entonces si la literatura no ha estado siempre reprivatizada. En tercer lugar, saber si el estado benefactor ha cantado realmente su finiquito. ¿Lo ha hecho? Ni idea. Pero mucho me temo que la estructura de una frase o la colocación pertinente de un adjetivo tenga algo que ver con dicho Estado.
Habría que demostrar que la economía marca de forma fatal los modos y las modas de escribir. Explicar de forma descriptiva cómo es posible semejante planteamiento de claro enfoque economicista. Y, claro, habría qué matizar de qué tipo de economía se habla. Porque, ¿sería lo mismo reprivatizarse económicamente al modo neoliberal que hacerlo al modo capitalista puro y duro? Y si un escritor se reprivatiza al modo keynesiano, ¿su reprivatización literaria será del mismo corte que si lo hace al modo friedmaniano?
Dejando de lado el cachondeo que me llevo entre frase y coma, considero que las cosas son menos pedantes. Veamos. Mainer ha detectado que una serie de escritores se han inclinado por el dietario, las memorias personales y el dalequedale yoista. A continuación, los ha agrupado, es decir, los ha subido a la grupa de un colectivo y lo ha puesto en marcha. Después, le ha buscado una «fundamentación histórica», y se la he encontrado en la economía y en la hecatombe del estado benefactor. Como colofón a su tesis, añade que estas formas de expresión suelen darse en «épocas de incertidumbre histórica».
Lo cual, más que aclarar, confunde. Porque, ¿cuándo puede decirse que una época está teñida de incertidumbre histórica? Parece que el año 1975 lo fue. Convengamos en que también lo fue el 14 de abril de 1931 para las derechas. Y, también, el período de entreguerras en Europa y la criminal postguerra en España. ¿Por qué, entonces, no proliferaron los dietarios y las memorias personales? ¿Porque no se dio una reprivatización económica? ¿Porque el estado benefactor nunca entró en quiebra?
Dice Mainer que la presencia actual de esta forma de contar «contrasta con el escaso cultivo en épocas anteriores». Si ha proliferado ahora es por la reprivatización económica que ha conllevado mecánicamente una reprivatización de la literatura. Sin embargo, no todos los escritores y escritoras se han dedicado al dietario. Habrá que deducir, entonces, que no se trata de un fenómeno tan general, ya que sólo afecta a una mínima porción de escritores. Ello significaría que la intuición de Mainer tal vez no sea la más idónea para aplicarla en «épocas de incertidumbre histórica» y, por tanto, habrá que indagar la proliferación de semejante modo de escribir en otras causas más sólidas.
A mí me parece que, si antes el dietario, es decir, la explosión del yo, la lujuria egocéntrica del escritor, la plasmación por excelencia de su ensimismamiento, no se dio, lo fue por otras razones, que nada tienen que ver con lo económico. Razones más psicológicas y mentales que otra cosa. Para mí, podrían estar en relación directa con la influencia del cristianismo.
En el cristianismo, la negación del yo ha sido absoluta. Para que el yo existiera tenía que disolverse en un nosotros. Para decirlo plásticamente, pensar en uno mismo era pecado. La afirmación del yo significaba la afirmación del propio cuerpo y del propio conocimiento, las dos empalizadas más formidables para luchar contra la mediatización destructora del cristianismo. Pensar por uno mismo, ir por libre, fuera del rebaño y exponer el fruto de las propias cogitaciones fue siempre atentado contra el dogma y la inquisición.
No hay que ser un krausista del siglo XIX para darse cuenta de que el imaginario mental de la sociedad española ha estado marcado como una res por estas intermitencias. Desde hace dos décadas, iniciado cierto clima de secularización de la sociedad española, el pensamiento se ha desprendido, hasta cierto punto, de semejantes lacras históricas. Los dietarios, las memorias, las biografías son, fundamentalmente, afirmaciones, más o menos procaces, más o menos voyeuristas, del yo. En España, debido a esa mentalidad cristianoide y de las Jons, han estado siempre mal vistos, porque connotaban engreimiento y egolatría. Y la latría, toda la latría, había que ofrecérsela a Dios y a algunos santos. A una sociedad cada vez más secularizada, más civil, más autónoma y menos heterónoma, le produce menos vergüenza mostrar la desnudez del propio yo. Aunque, claro, si esta incipiente secularización tiene que ver con la reprivatización económica, y ésta con la literatura, pues, eso, que venga Smith y lo diga. -
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