«No podemos acoger en Francia toda la miseria del mundo». La frase pertenece al ilustre socialista Michel Rocard, de cuando era primer ministro allá por los 90. El que desde hace años se muere de envidia por no haberlo sido, Nicolas Sarkozy, presenta hoy un proyecto de ley que recoge aquel pensamiento de insuperable categoría intelectual. Sólo que el ministro del Interior ha redondeado aquella máxima, planteando una inmigración de primera y de segunda.
Como la ley actual no es suficientemente dura, Nicolas Sarkozy da una vuelta de tuerca más y, parafraseando esta vez al filósofo librepensador Jean-Marie Le Pen, propone medidas legislativas para que «aquéllos a los que no les gusta Francia no tengan reparos en irse». Su ley endurece las condiciones de los ilegales y a la inversa, favorece la llegada de «extranjeros cuya personalidad y talentos supongan un beneficio para el desarrollo» de la República, como los científicos.
Este fin de semana “Libération” ha publicado un artículo sobre Patimat, una niña de seis años que nació en Daguestán de madre soltera, una desgracia que sólo puede conjurarse con el exilio. Madre e hija encontraron asilo en el fin del mundo, en Brest, en el finisterre bretón. La madre escolarizó a su hija, encontró un trabajo y ambas se integraron en un país, la Bretaña, donde las puertas nunca han estado candadas. Madre e hija no han hecho mal a nadie, pero son ilegales, dicen. La policía de Sarko- zy las busca para proceder a su expulsión. Y ahí es cuando paradójicamente uno recobra la fe en el ser humano.
Como la ley que ahora pretende sustituir Sarkozy impide expulsar a un progenitor sin su vástago, los padres de los compañeros de clase de Patimat han decidido esconderla. Cada semana una familia se encarga de ocultarla, alimentarla y darle el cariño que a su madre le impiden ofrecer. Y así seguirán hasta que el régimen insolidario que la mantiene en la clandestinidad cambie.
A alguno le gustaría saber qué ley había en la República cuando un tal Nicolas Sarkozy, hijo de inmigrantes, nació. No obtendrá respuesta. Todos están ocupados en compadecer al actual ministro del Interior, víctima, pobrecito él, de un oscuro complot de nombre inglés. Nadie se escandalizará tampoco por la situación de una pequeña clandestina de extraño nombre que el día de mañana será científica. O camarera. Si Sarkozy le deja. -