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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-05-14
Alizia Stürtze - Historiadora
¿Un capitalismo ecológico y filantrópico?

El imperio Thyssen-Bornemisza no se dedica precisamente a proteger el medio ambiente, pero la multimillonaria Tita se vuelve súbitamente ecologista y ciertos medios políticos y mediáticos de la reacción española defienden curiosamente su derecho a practicar la «desobediencia cívica» (lo que, aplicado en Euskal Herria, vendría a ser la kale-borroka) en defensa de unos cuantos falsos plátanos. Fundamentado al parecer en una profunda preocupación medioambiental, el PNV quiere destrozarnos el territorio y hacer un inmenso negocio construyendo el TAV con nuestro dinero, omitiendo, por si acaso, la realización de una consulta ciudadana sobre el tema. Por lo que nos explican, es precisamente esa inquietud por reducir la contaminación y atenuar el cambio climático la que está favoreciendo la vuelta del lobby nuclear y el renacimiento de un discurso político en favor de ese tipo de energía, aunque todos los datos técnicos, económicos y medioambientales sigan demostrando que es una tecno- logía contaminante, de alto riesgo, ruinosa para el erario público, profundamente antidemocrática, dependiente y con claras implicaciones militares y armamentísticas.

Estos tres ejemplos ilustran (aunque a diferentes niveles) el modo en que los sectores más salvajes del neoliberalismo y sus representantes políticos y mediáticos se han apropiado del concepto «ecologismo», lo han frivolizado, y lo han transformado en función de sus intereses. Ahora, los ecologistas son ellos, sólo que son unos ecologistas «modernos y realistas», es decir, los depredadores de siempre disfrazados de «verdes» para intentar colarnos como progresistas (y justificar) operaciones económicas reaccionarias que tienen un único fin: el lucro más obsceno y la concentración de poder, se pongan la etiqueta que se pongan. Todo ello, por cierto, en nombre del paradigma del desarrollo económico y del mito del progreso.

Algo parecido ocurre con esta explosión última de fundaciones «filantrópicas» y de millonarias inversiones en obras caritativas y proyectos «no lucrativos» por parte de grandes acaudalados del momento como Bill Gates, gran héroe mediático tanto por su habilidad para enriquecerse como por su extrema dadivosidad y capacidad de entrega a los pobres, que le han hecho merecedor del premio Príncipe de Asturias de cooperación internacional curiosamente justo en el momento en el que en la Unión Europea le aprieta las clavijas a Microsoft por hacer abuso de su posición dominante. Acumulaciones gigantescas de dinero/poder y práctica de la caridad unidas, como a principios del siglo XIX, como modo de justificación de lo injustificable.

El artículo «Invasión de la caridad privada» de “Le Monde Diplomatique” de mayo explica cómo, tras esta sorprendente «prodigalidad» de los grandes capitalistas se ocultan no sólo «maniobras de legitimación de fortunas amasadas en condiciones más o menos inconfesables», sino, y sobre todo, una estrategia de privatizaciones y concesiones de servicios públicos y la consiguiente socavación paulatina de todos los derechos sociales conquistados (jubilación, atención médica, prestaciones por desempleo...) mediante la canalización (la privatización) de los fondos públicos que hasta ahora se empleaban en cubrir todos esos servicios hacia la enseñanza y medicina privadas, la iglesia, muchas ONG y otra serie de organizaciones caritativas «sin fines de lucro» . Toda esta operación va además acompañada de una reconfiguración de las subjetividades en el sentido que el nuevo orden requiere o, dicho de otro modo, de una aceptación colectiva de la extinción de la solidaridad social y el proyecto común y de su sustitución por lo individual: cada uno es responsable de su destino y, en consecuencia, todos queremos ser pequeños capitalistas. Asumimos así como propios los intereses y los valores de las clases dominantes, y olvidamos que el capitalismo no es sino robo y destrucción que ni la caridad ni el falso ecologismo legitiman, y que la erradicación de las desigualdades no requiere otro planteamiento que no sea de carácter estructural y de rechazo del sistema como base de la organización social y política. Esos miles de pequeños ahorradores vascos supuestamente engañados por Afinsa y Fórum, como esos otros muchos que invierten en bolsa o similares y a los que el capital cíclicamente deja en la estacada son el paradigma de esa asunción popular de los valores del capitalismo, incluido el de búsqueda del máximo beneficio a costa de lo que sea: es una especie de timo del tocomocho, pero en «legal».

Dada la importancia que en la transformación histórica tiene la subjetividad, el hecho de que hayamos sustituido la conciencia de la explotación por el imaginario capitalista es grave: nos hace conformistas y miedosos, nos privatiza, nos vuelve consumistas y ambiciosos, nos desestructura como seres sociales, nos convierte en espectadores, nos identifica con el dominador, nos lleva a legitimar la explotación y nos hace olvidar que la identidad sólo se construye en la lucha. ¡Las bases populares convertidas imaginariamente en capitalistas, precisamente ahora que la reestructuración del capital está trayendo la acumulación ilimitada en poquísimas manos, la violenta reintroducción del apartheid, la precariedad salvaje y el aumento de la marginación y de la pobreza!

Al igual que, en palabras de Arnaldo Otegi, no hay ya excusas para no conformar esa mesa multipartita para la resolución del conflicto, tampoco las hay para no ir construyendo ya desde la teoría y la práctica las bases de esa Euskal Herria socialista que la izquierda abertzale dice propugnar. Los macroproyectos potenciados por el ultraliberal PNV con el apoyo del PSOE, el desmantelamiento paulatino de lo público, la opacidad en el empleo del dinero público, la institucionalización de la corrupción, los planes nucleares, la precariedad laboral, la apropiación del sistema de lo que históricamente han sido conceptos para el cambio, la demonización de la lucha y el cada vez más patente ascendiente que los valores capitalistas dominantes tienen sobre nuestra juventud y nuestra población en general así lo demuestran. Para la construcción de la izquierda, el tiempo urge, porque el ataque neoliberal no espera, aunque lleve label vasco. -


 
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