Julio ARRIAGA | Pintor
«Mi estudio a pie de calle rompe con la idea de la galería como lugar lejano»
Tiene en el barrio Gracia de Barcelona un taller-escaparate que rompe con la idea de la galería como lugar inaccesible, reservado a los entendidos. Julio Arriaga trabaja allí por las tardes de cinco a diez. Los transeúntes se paran y muchas veces entran para comentar el cuadro que pinta. «Si pinto una pareja empiezan a discutir si están haciendo el amor o echando la siesta», dice el pintor.
Como la mayoría de los artistas, tiene sus
incongruencias: es de Bilbo, de la calle Iturribide, se siente abertzale, pero
es del Madrid. «De niño ya me decía mi aita que fuera más razonable, que tenía
que ser del Athletic. Pero mi aitita era del Madrid y yo le quería mucho. Lo
sigo siendo por fidelidad a mi abuelo. Además, me parece que es una
contradicción interesante». Lleva varios años trabajando a pie de calle, tras el
cristal de un escaparate donde tiene escrito «Se ve mejor desde dentro», en su
estudio en el barrio de Gracia, que hace de taller y galería. Realiza una
pintura de corte impresionista en la que aparecen elementos figurativos. Sus
bodegones de platos vascos sobre un mantel a cuadros rojos y blancos, sus
parejas en ejercicios íntimos o sus cuadros antirreligiosos pueden verse en su
web (www.julioarriaga.com) donde tiene colgadas cuatro o cinco exposiciones.
¿Desde cuándo le viene la afición por la pintura?
Mi evolución es muy típica. Desde los 8 a los 16 años estudié en una academia. En la adolescencia lo dejé, porque me apetecían otras cosas y en primero de Bellas Artes me dijeron que tenía que ir olvidando todo lo que había estudiado en la academia, que tenía hacer lo contrario de lo que me habían dicho, que tenía que transgredir todas las reglas. Pero, además de los cursos de Bellas Artes, hay una película de Julian Schnabel sobre el pintor Jean-Michel Basquiat que me marca profundamente. Salí del cine convencido de que quería pintar como él. Basquiat fue un pintor americano que vino del graffitti apadrinado por Warhol y que tuvo un gran éxito que no supo asimilar y murió a los 27 de una sobredosis. Es una película típica de una estrella del rock, pero trasladada al arte. A partir de ese momento hay otros pintores como Baselli o Antonio Saura que me influyen y, en Euskadi, Zumeta, que siempre me ha impactado mucho. Su versión del “Guernica”, que mostró en Bilbo, me pareció muy bueno.
Realizó un curso en Bélgica que quizá fue importante para tu actividad posterior.
Fue importante porque fue la primera vez que salía de casa y tuve que apañarme con un idioma que no había estudiado. Estuve en Mons, cerca de Bruselas. Allí me sentí pintor. Yo tenía la falsa idea de que con la licencia podría encontrar algún trabajo como profesor de algo. En Mons empecé a pintar desde el primer día. «Cuando te he visto llegar he visto a un pintor», me dijo un profesor. Me subió el ego tanto que decidí ser pintor.
Hay un momento en que por alguna necesidad se inventa un personaje al que llama N-kien (Ez nekien).
Tenía problemas para expresar ciertos temas como la política, religión o el tema de la pareja. Este personaje se llevaba un poco el protagonismo del cuadro y me permitía un cierto distanciamiento. En la serie “Udazkenean” aparece en todos lo cuadros. Ultimamente tiende a desaparecer.
Háblenos de su estudio de Barcelona.
Yo volví de Mons a Bilbo, alquilé junto con un amigo un estudio, un pabellón industrial en Deusto. Nos pusimos a pintar allí, pero teníamos que llevar a los posibles clientes tirándoles de la oreja. No funcionó. Pasé por Madrid y aterricé en Barcelona. Me gustó el barrio de Gracia, que es bastante bohemio, pero en el que la gente trabaja. Monté un estudio mezclando el taller y la galería en plena calle, con la idea de acercar el arte a la gente, desmitificar la idea de la galería como un lugar inaccesible, donde entras siempre con un cierto respeto y el miedo de que te miren con mala cara. Eso a los que hemos estudiado arte. Imagínese cómo entrarán los que saben menos de arte. Puse el taller con un plástico sucio en el suelo y el felpudo de «Ongi etorri» en la puerta y un cartel que dice «Se ve mejor desde dentro». Los transeúntes se paran y muchos entran. Vienen muchos jóvenes que no pueden permitirse el lujo de comprarse un cuadro que vale 1.000 euros y que además no les cabe en casa, porque aquí hay casas de 30 metros cuadrados y lo que quieren es un dibujo de 30 euros. Es una forma de culturizar a la gente. El arte tiene que ser para todos, aunque también tengo cuadros más caros. Es una idea que funciona por ejemplo en Berlín, aunque allí los estudios son mayores. Mi estudio es tan pequeño que es tienda y taller. Abro de lunes a sábado de cinco a diez. Estoy cerca de unos cines. Hay gente que entra con dos cervezas, me da una a mí y se sienta en el sofá a charlar. -
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