El 17 de mayo es el día contra la homofobia. Por extensión podíamos decir que es también el día contra la lesbofobia y contra la transfobia. Pero si se fuera riguroso debíamos hablar del día contra la norma heterosexual, la norma que necesita excluir y minorizar todas las demás practicas sexuales, y las relaciones y afectos que surgen de ellas.
No se trata aquí de dilucidar sobre la necesidad, o no, de señalar fechas en el calendario que recuerden las muchas injusticias y carencias del mundo en que vivimos, sino más bien de intentar profundizar en los diferentes mecanismos que las producen y las expanden.
Y uno de los mejores y dolientes ejemplos que tenemos, sería el de la pandemia del Sida, íntimamente ligada desde sus orígenes a la homofobia.
Desde el surgimiento de la pandemia del sida, las gays, maricones, locas, bujarras, maritxuak (póngase el nombre que se quiera) cobraron un especial protagonismo. Primero, por ser ellos las primeras víctimas de una enfermedad desconocida, y segundo por que los sectores homófobos de la sociedad aprovecharon la oportunidad para airear sus prejuicios, como una nueva inquisición se jactaron de la justicia divina que castigaba, por fin, y con la enfermedad y la muerte, a esos seres que habían caído en el peor de los vicios y la depravación.
A ellos, y sólo a ellos, les tocó hacer frente a una enfermedad desconocida y que causaba la muerte con una celeridad inusitada. Les tocó hacer frente a toda una sarta de disparates (cáncer gay), mentiras (grupos de riesgo) y fantasías (castigo divino) que ahondaban, más y más, en los mecanismos de estigmatización y exclusión. Cuando se descubrió la forma de transmisión, fueron los gays los que crearon las primeras pautas sobre la forma en que había de hacerse la prevención: había que hablar de sexo, de prácticas sexuales, con el lenguaje del sector de población a la que se dirigían los mensajes, sin valoraciones morales y sin jerarquías en las diversas sexualidades. Es decir, que la forma de intentar parar el Sida era también una forma de acabar con todos los prejuicios en los que la homofobia se sustenta.
Sin embargo, la ecuación homosexualidad igual a sida sigue de plena vigencia.
¿Pero es la homosexualidad un factor de vulnerabilidad frente al sida?
La vulnerabilidad básica sería la ausencia de guión para seguir alguna directriz en el desarrollo vital de las personas que están fuera de la norma heterosexual, la falta de una identidad y de una seguridad, y desde luego la falta de campañas preventivas dirigidas a este sector de la población. Es de destacar el pequeño o inexistente número de campañas que se han hecho dirigidas hacia los gays por parte de las administraciones públicas. Van a cumplirse veinticinco años del surgimiento de la pandemia y el Ministerio de Sanidad ha realizado su primera y única campaña dirigida a gays este año. Las administraciones autonómicas no le andan a la zaga.
Resulta curioso, además, que se empiece a hablar de una heterosexualización del sida, que empiece a ser preocupante que el numero de mujeres infectadas aumente y que no se hable de las relaciones de poder que se establecen en el patriarcado y en las que las mujeres llevan la peor parte. Además, cuando hablan de la heterosexualizacion del sida, ¿a qué se refieren? Que el crecimiento de los casos de sida por prácticas heterosexuales crezca, no quiere decir que el crecimiento por prácticas homosexuales disminuya. La ausencia de campañas dirigidas a la población homosexual ha sido prácticamente inexistente por mor de no querer ahondar en la creencia de los grupos de riesgo. Sin embargo, silenciar y obviar el crecimiento, en valores absolutos, de las transmisiones en la población homosexual no es más que la misma cara de esa moneda que es la homofobia. La tolerancia tiene muchas caras, algunas menos dolosas que otras, como sería la de la ausencia de información sobre lo que no se tolera, pero cuando el sida está por medio, esto se convierte en una actitud simple y llanamente homicida. Si sabemos cómo y cuáles son las formas de transmisión del sida, ¿no es hora de hacer campañas de prevención dirigidas los sectores menos favorecidos sin entrar en valoraciones morales?
En epidemiología ya no se habla de gays, ni siquiera de homosexuales, se ha creado un nuevo término: los «HsH», hombres que tienen relaciones sexuales con hombres. Un concepto que se acercaría más a unas prácticas y no a unas identidades en las que muchas de las homosexualidades devienen. Los gays que se reconocen como tales están bastante concienciados, lo que no quiere decir que siempre hagan prácticas de sexo más seguro, además de que es fácil hacerles llegar los mensajes preventivos a sus espacios de relaciones. Pero no ocurre lo mismo con los que no se reconocen como gays, jóvenes que empiezan a relacionarse sexualmente, bisexuales, hombres armarizados, ocultos tras una vida aparentemente heterosexual, los emigrantes a los que el concepto de gay les resulta ajeno, o cuando menos novedoso, y los trabajadores sexuales. Es a estos hombres, que debido a la homofobia no se reconocen ni como gays ni como «HsH», a los que no llegan los mensajes preventivos.
La prevención fracasará, una y otra vez, si no se tienen en cuenta las injusticias y las realidades minorizadas.
El sida es el reflejo de la injusticia y la sinra- zón. Nos devuelve la mirada, triste, de un mundo tanto más insolidario cuanto más cruel. Y, para pa- rar el sida, vamos a tener que hablar, de una vez por todas, de qué es ser gay, de qué es ser hombre o mujer, de en qué parte del planeta vivimos, de qué clase social somos y, so-bre todo, vamos a tener que hablar mucho de culos, pollas y coños, de los placeres que logramos con ellos y los peligros que podemos evitar. -