Entiendo y asumo que los años de educación obligatoria en valores judeo-cristianos han dejado su impronta en muchos de nosotros y que, por más que conscientemente los rechacemos, esos valores habitan nuestro subconsciente y conforman en parte la forma en que vemos y valoramos nuestra vida y todo lo que nos rodea. Precisamente porque entiendo que eso es así, pienso que tampoco los supuestos librepensadores de la modernidad están libres de influencias y pre-juicios.

También comparto que la ingesta de substancias inhibidoras o euforizantes ha formado y forma parte de la dinámica social. El alcohol, la marihuana, la cocaína, los fármacos, las drogas sintéticas... se consumen y en algunos casos de forma masiva en Euskal Herria. No pasa nada, o mejor dicho, no debiera pasar nada.

Pero igual que no vivimos en una situación de libertad plena para valorar lo que ocurre y actuar siempre en consecuencia, tampoco vivimos en una situación ideal de libertades en la que el consumo de estas sustancias pueda asociarse exclusivamente a un concepto hedonista de la vida. Y como conse- cuencia, en muchas ocasiones, el consumo de sustancias estupefacientes es más el síntoma de un problema que la prueba de la libertad de opción y decisión de las personas.

Desde la experiencia de quien ha visto qué lejos del hedonismo y de la libertad de opción se encuentran tantas personas que llenan las cárceles y cuyas vidas se encuentran condicionadas al logro de la dosis que les levante del suelo cada mañana, no puedo sino sentir inquietud cuando oigo noticias como ésta: «El consumo de cocaína entre adolescentes se ha multiplicado por cuatro en diez años en el Estado español», que se completaba con este dato no menos alarmante: «Más de 160.000 adolescentes de entre 14 a 18 años consumieron cocaína el año pasado», en el mismo ámbito geográfico. Teniendo en cuenta que la cocaína no es precisamente gratuita ni se dispensa con un adecuado control sanitario, y que su paso por el organismo humano no resulta gratuito, esos datos me hacen temer.

Eso sí, ese temor no puede usarse para justificar más represión; debe llevarnos al análisis de las variables que generan esa tendencia y, en caso de encontrar un problema en su origen, a la prevención de los consumos problemáticos, y a paliar las consecuencias no deseadas de esos consumos. -