VLADIKAVKAZ
Casi dos años después de la masacre, que se saldó con la muerte de 362 personas, el Tribunal Supremo de la república norcaucásica de Osetia del Norte declaró culpable de todos los cargos a Nurpasha Kulayev, único sospechoso juzgado hasta la fecha por aquellos sucesos que escandalizaron al mundo, insensible por lo demás al genocidio ruso en Chechenia.El 1 de setiembre de 2004, comienzo del curso escolar, un nutrido comando tomó al asalto la escuela número 1 de la localidad noroseta, y se atrincheró con 1.127 rehenes, entre alumnos, profesores y padres que acudieron al colegio ese día.
Los secuestradores exigieron una única condición para poner fin a su acción: el final de la guerra en Chechenia.
Dos días después, y tras un intento de mediación por parte del ex primer ministro de la vecina Ingushetia, Ruslan Aushev histórico defensor de una solución negociada a la cuestión chechena, las Fuerzas Especiales rusas asaltaron la escuela, que se convirtió en una tumba. Según el balance oficial, el resultado de esta acción fue la muerte de 319 civiles, de ellos 186 menores, 31 secuestradores, 10 agentes del FSB (ex KGB) y dos socorristas.
El Kremlin justificó el asalto aduciendo que fue precedido de una explosión accidental en el interior de la escuela. Periodistas rusos no sumisos al Kremlin han puesto en duda esta versión, asegurando que Moscú priorizó desde un primer momento la solución militar, distrayendo con supuestas negociaciones encargadas a agentes locales, y que la explosión tuvo su origen en un proyectil disparado contra la escuela.
El precedente del Dubrovka
El precedente del asalto al teatro Dubrovka de Moscú, dos años antes (casi 200 muertos, incluido medio centenar de secuestradores) invita a desconfiar de la versión oficial.La masacre del Dubrovka, a finales de octubre de 2002, inauguró además la estrategia extender el agujero negro informativo en torno a Chechenia a todas las crisis que se puedan asociar a este escenario.
170 de los casi 700 secuestrados murieron por inhalación de un gas (opiáceo) que envolvió en una nube de humo aquellos dramáticos sucesos.
La misma nube que impide conocer la verdad en Beslan. No hay nada mejor para ocultarla que crear una comisión de investigación. La del Parlamento ruso anuncia sus ya previsibles resultados en setiembre.
Como anticipo, su portavoz, el senador Alexandr Torshin, aseguró ayer que «hemos establecido que el asalto no estaba planeado, pues en el momento de la explosión, que se produjo dentro, y no fuera, de la escuela, las tropas especiales preparaban un plan para liberar a los rehenes». No dice cómo.
Pero hasta la más insultante justificación necesita una vía de escape, y la comisión reconoce que el secuestro de la escuela pudo ser evitado si las Fuerzas de Seguridad hubieran obedecido a Moscú y redoblado la vigilancia en el día de comienzo del curso escolar.
El comandante guerrillero checheno, Shamil Basayev, aseguró haber dado la orden a los secuestradores, la mayoría de los cuales no eran chechenos sino ciudadanos de otras repúblicas norcaucásicas.
Resulta llamativo que «el único superviviente del comando», Kulayev, sea checheno.
La ira de las madres
Madres de las víctimas increparon ayer al acusado: «¡Kulayev y tus secuaces, malditos seáis por toda la eternidad!», rezaba un cartel.Pero no faltaron las críticas a Moscú entre las mujeres que abarrotaban la sala, de negro riguroso y con lágrimas en los ojos. Las Madres de Beslan, acusan al Kremlin de exhimir a los «auténticos culpables de la tragedia» convirtiendo a Kulayev en el único culpable.
«Fue el poder y su inacción lo que mató a los nuestros», sentenció Rimma Tortchinova, que perdió a su niña de 12 años.