Maite Ubiria - Periodista
La burbuja del sudoeste
En el territorio que habito se solapan las instituciones, se entremezclan los órganos y se acumulan los cargos políticos con la misma naturalidad con la que se priva a los ciudadanos del nivel de servicios óptimo que garantiza la gestión cercana. Una puede cruzarse con un alcalde, a la vez presidente de consejo, diputado por y ex senador de, pero le resultará mucho más difícil resolver cuestiones básicas de educación, ordenación territorial, medio ambiente... por la maraña de interlocutores que impone el modelo administrativo de una República que se regocija en un monolingüismo enfermizo, aunque le lleve a hablar sólo consigo misma. Tras el estallido democrático en los Balcanes, me picó la curiosidad sobre cómo vería la cosa montenegrina la prensa más leída en este mi país que ellos creen su sudoeste. Sepan que el apunte editorial, así a primera vista, hacía tilín. Su autor la emprendía con los adjetivos precisos contra esa mole llamada Unión Europea, que no respeta los equilibrios, se aleja de los ciudadanos y se convierte, por ello, en una «máquina de deshacer estados artificiales, recientes y mal cimentados». Ya entrado en gastos, el escribiente afirmaba que los gobiernos europeos están minusvalorando el cuestionamiento de los Estado-nación que, a su entender, viene a quedar de manifiesto con la opción independentista de Montenegro. Pero ¡ay de mí!, el hombre amplió el punto de mira y de la fiesta soberanista en Montenegro se dio un garbeo en busca de casos comparables que le llevó por Flandria, Baviera, Catalunya... hasta recalar en el País Vasco. Llegados a ese punto, y ante la dimensión del salto dialéctico, opté por recapitular. Usease, que me volví al principio. Vivo en Euskal Herria y el diario en cuestión sostiene que esto es el sudoeste de Francia. Entonces, ¿cómo puede pensar como yo y muchos, muchos más vascos, que en unos años los cartógrafos tendrán trabajo extra porque la Europa de los Pueblos domina el horizonte? Entre la emoción y el estupor, corro despavorida por las páginas que siguen al apunte editorial, las de información general. Sin embargo, el país en que yo vivo, Euskal Herria, no se proyecta, y en su lugar se retrata con mil palabras un país que sólo es reflejo de otro lejano. Imagino, entonces, al articulista en una burbuja, preocupado por la Europa distante y tirana, pero incapaz de prevenirnos de que la República a la que su amo editorial obedece, no sólo anatematiza los «delirios independentistas», sino que no soporta siquiera un ensayo básico de democracia como la recogida de firmas de Batera. -
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