Es fácil estar de acuerdo con el portavoz jelkide Iñigo Urkullu. Dice el que habla en nombre de su jefe Josu Jon Imaz que «sólo es posible un diálogo resolutivo si desaparecen todas las expresiones de violencia». No conozco a nadie que le quisiera quitar la razón a Urkullu. Porque no es razonable dialogar para acordar con quien te amenaza con graves males si no se alcanza un acuerdo razonable según sus particulares parámetros de lo admisible.
Y ahí mismo, en ese preciso punto, concluye acaba mi coincidencia con lo advertido por el portavoz del EBB. Y es que Urkullu se refería a las expresiones de violencia de los abertzales. Nunca como siempre a la de los españoles y sus aliados nativos. Hablaba Urkullu de botes de pintura contra sus batzokis, agresiones intolerables que acabarían por llevarse por delante el proceso. Y hablaba también de algún pote de pintura contra la fachada de una casa donde vive un concejal del PSOE. Gravísimo ataque, alega, que impedirá, a la postre, que los vascos decidamos lo que queremos hacer.
Hay momentos en que, quien no está demasiado alienado, concluye que le quieren tomar el pelo. Y ese día resulta terrorífico para los engatusadores.
La decisión de los abertzales, los que no se doblegaron en la reforma franquista, para afrontar un proceso de negociación que nos conduzca a la paz es clara. Quien lo niegue, sabe que miente. Es también cierto que desde las filas del partido que hoy gobierna en Madrid se han escuchado o intuido palabras y compromisos que sonaban serios y hasta solemnes. Tiempo habrá para verificar la dimensión de la trampa que, sin duda, han prepara- do Pérez Rubalcaba y compañía. La buena voluntad de los vascos que evitaron el fielato de la reforma del franquismo está a la vista de todos. De los que quieran ver y leer.
Pero lo que está tan claro, tan a la vista que da hasta pudor escribirlo, es que el jelkidismo huye de la solución real como el alma de los cristianos huye del demonio colorado. Y que el PSOE que gestiona el Estado español pretende jugar con dos barajas, con las cartas marcadas y con las mangas repletas de naipes. Eso ya lo sabíamos en el primer minuto del partido. Pero se equivocan, con grave riesgo para todos, quienes, además, creen que quienes no tragaron en el 77, tragarán ahora. El riesgo es, afor- tunadamente, universal. No hay que jugar con fuego si no se quiere correr el riesgo a chamuscarse... -