Carlo Frabetti - Escritor y matemático
Cuba y Euskal Herria
Todas las disciplinas científicas comparten un método común, que, en esquema, es el siguiente: se em- pieza por reunir información sobre una determinada materia, a partir de esa información se elabora una hipótesis, en función de esa hipótesis se realiza una serie de predicciones, y por último se comprueba experimentalmente si esas predicciones son correctas; en caso afirmativo, la hipótesis queda confirmada (o, mejor dicho, reforzada, pues la confirmación nunca es plena y definitiva), y en caso negativo queda refutada (o cuando menos debilitada).
Las ciencias sociales comparten con las disciplinas científicas propiamente dichas los tres primeros pasos del proceso, pero no permiten llevar a cabo las exhaustivas comprobaciones experimentales que confieren su precisión y solidez a los postulados de la física o la biología. Por el momento, sólo los más sencillos experimentos sociológicos se pueden realizar en laboratorio (mediante simulaciones informáticas), por lo que los «laboratorios naturales» que nos depara el curso de la historia son extraordinariamente importantes y merecen la máxima atención.
Tras el fracaso del impropiamente denominado «socialismo real» (muy anterior, por cierto, al desmem- bramiento de la Unión Soviética), el más importante experimento sociopolítico en curso es sin duda alguna la revolución cubana; y en el ámbito europeo, la lucha del pueblo vasco por la autodeterminación, que coincide parcialmente con el proyecto socialista de la izquierda abertzale. No es casual que ambos procesos sean coetáneos (están a punto de cumplir medio siglo) y eminentemente «patrióticos» (ex- plicaré las comillas), como no es casual que ambos hayan sido objeto de las más brutales agresiones imperialistas: EEUU ha sometido a Cuba a un bloqueo despiadado durante más de cuatro décadas, y el subimperialismo europeo, representado por los sucesivos gobiernos españoles y franceses, lleva el mismo tiempo reprimiendo a sangre y fuego el nacionalismo vasco.
La patria es un mito; un mito eminentemente patriarcal, como su nombre indica, alrededor del cual es fácil articular toda una religión, con sus teólogos, sus mártires, sus fundamentalistas y sus fariseos. El patriotismo, como todo fervor colectivo (o colectivizador), es orgulloso, y el orgullo sólo es aceptable como respuesta a una humillación, como negación de la negación de la propia identidad (el «orgullo gay», por ejemplo, sólo tiene sentido en la medida en que la homosexualidad es objeto de marginación o desprecio; si nadie cuestiona tu orientación sexual, estar orgulloso de ella es, cuando menos, una estupidez). Al igual que la violencia, el orgullo sólo es lícito si es defensivo, nunca cuando es ofensivo, despectivo o excluyente. La patria es un mito a superar (un mito eminentemente masculino y belicoso que está en la base de todos los fascismos), y el propio término debería desaparecer cuanto antes del vocabulario político (habría que sustituirlo por «fratria», o simplemente eliminarlo). Pero cuando la soberanía y la identidad cultural de un pueblo son agredidas, es lógico que ese pueblo responda con la afirmación orgullosa, o incluso violenta, de esa identidad y esa soberanía; y a esa lícita (y a menudo heroica) autoafirmación defensiva también se la llama «patriotismo». Es un término desa- fortunado y peligroso, del que, insisto, sería mejor prescindir; pero mientras siga vigente, conviene tener en cuenta sus diversos usos y connotaciones.
Tanto en el caso de Cuba como en el de Euskal Herria, los agresores se han estrellado contra un pueblo unido por una idea de patria que, más allá de su contenido mítico, remite a un irrenunciable ideal de libertad, puesto que es la negación de la negación de la soberanía nacional que supone el imperialismo. «Patria o muerte», la consigna nacional de los cubanos, no significa sólo que quienes la asumen están dispuestos a morir en defensa de su soberanía, sino, lo que es más importante, que se dan cuenta de que si se renuncia a la propia identidad y al derecho de autodeterminación, no es posible vivir una vida digna de ese nombre.
Socialismo o muerte
Cuando los pueblos oprimidos comprenden que el imperialismo es una consecuencia inevitable del ca- pitalismo (su «fase superior», como decía Lenin), que los «globalizadores» neoliberales intentan arrebatarles su identidad para poder arrebatarles todo lo demás, «patria» y «socialismo» se convierten en tér- minos sinónimos. Así lo han comprendido una buena parte del pueblo vasco y la inmensa mayoría del pueblo cubano. Y otros pueblos del mundo empiezan a comprenderlo.
«Socialismo o muerte», la segunda consigna nacional de los cubanos, y en su caso sinónima de la primera, no significa sólo que quienes la hacen suya están dispuestos a morir por el socialismo, sino, sobre todo, que saben que una vida digna de ese nombre es incompatible con la barbarie capitalista. Más aún: «socialismo o muerte» significa que si no acabamos con el capitalismo en las próximas décadas, el capitalismo podría acabar, literalmente, con la vida en nuestro planeta.
Patria y socialismo
La identificación de la patria con el socialismo, además de darle un nuevo sentido al «patriotismo» y augurar su superación, hace, por eso mismo, que se desvanezca la ilusoria oposición entre nacionalismo e internacionalismo. No es casual que los pueblos vasco y cubano sean tan sumamente hospitalarios: la solidaridad, por definición, es contagiosa y centrífuga; es demasiado grande para encerrarla en una casa o en un país, y el internacionalismo es su consecuencia natural. En un mundo libre, igualitario y fraterno, es decir, en un mundo socialista, habrá una única nación de naciones, y tantas naciones soberanas como grupos humanos se reconozcan en ellas.
No es casual que la revolución cubana y la izquierda abertzale nacieran a la vez, y tampoco es casual que a la vez hayan conseguido sendas victorias históricas. Cuba ha roto el cerco imperialista y ha desembarcado, más vigorosa que nunca, en el continente americano. La izquierda abertzale ha obligado al Gobierno español a sentarse a una mesa de negociaciones que el terrorismo de Estado quería hacer imposible. Y la coincidencia de ambas victorias inaugurales es algo más que un buen presagio.
Mientras la heroica resistencia de los pueblos afgano, iraquí y palestino contiene al Imperio en la frontera oriental, la espada de Bolívar camina por América Latina y el «viejo fantasma» vuelve a recorrer la vieja Europa. Tiemblen las clases dominantes... -
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