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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-06-03
Gago García - Geógrafo
Lo que los periódicos no cuentan

Recientemente he tenido la oportuni- dad de vivir y sentir más intensamente la impotencia de ser palestino. No fue más que otro ejemplo de lo que sucede cada día en las distintas ciudades y pueblos de Gaza y Cisjordania, pero en este caso sucedió en Ramallah, donde hacía tres años que algo similar no sucedía, y un servidor estaba presente por casualidad.

Ramallah es esa burbuja Palestina en la que pocas veces se manifiesta la ocupación a la luz del día y en donde se concentran consulados y embajadas, Organizaciones No Gubernamentales, instancias de la Auto- ridad-sin-Autoridad Palestina, sedes de las grandes instituciones internacionales ­ONU, BM, UEŠ­, sedes de las empresas más importantes de este país-no-paísŠ Ramallah es la capital forzada de esa Autoridad-sin-Autoridad Palestina, un experimento e intento preme- ditado de convertir a esta pequeña ciudad en la substituta vitalicia de Jerusalem para palestinos y comunidad internacional.

El 24 de mayo, alrededor de las 17 h ­hora punta en cualquiera de las ciudades palestinas­ las Fuerzas de Defensa Israelí ­véase Ejército de Ataque­ hacían una incursión en el corazón de la ciudad apoyados por una quincena de jeeps y hoovers. Se trataba de rescatar a un escuadrón de la muerte del Ejército israelí ­militares disfrazados de civil­ cuya misión era apresar o asesinar (según la operación) a un miembro de la Yihad Islámica que había sido descubierto en un cibercafé, en el décimo piso de un importante edificio comercial que preside la plaza de al-Manara, centro neurálgico de la ciudad.

La entrada de los vehículos en el la plaza se produce sin previo aviso y con disparos por parte del Ejército israelí. Inmediatamente, los jóvenes y no tan jóvenes, trabajadores en los alrededores de la plaza o peatones que circulaban en ese momento por la vía comienzan a lanzar piedras contra los vehículos. En ningún momento hay soldados sobre el terreno, toda la operación tiene lugar desde el interior de los vehículos desde donde los soldados israelíes disparan a diestro y siniestro. Disparan bombas de shock, bombas de gas y largas y continuas ráfagas de disparos con balas reales y de caucho (balas de metal forradas de caucho). Acto seguido comienzan a escucharse disparos desde al- gunos edificios de viviendas palestinas del centro. La verdad es que no se sabe muy bien de dónde disparaban, ya que los soldados se encontraban instalados en una plaza contigua a al-Manara. Dos helicópteros apache sobrevolaron la zona sin acercarse demasiado durante toda la operación. Los vehículos del Ejército serán objetivo durante toda la operación de una avalancha de piedras y otros objetos que llueven desde lo alto de los edificios.

Cuando el Ejército se retira, detrás han quedado cuatro muertos y 35 heridos. Todo el centro está lleno de escombros, alguna papelera ardiendo, algún radiador, varios depósitos viejos de agua, tuberíasŠ El panorama no es ni mucho menos de completa destrucción, pero resulta grotesco a los ojos de un recién llegado.

Tan rápido como el Ejército hubo abandonado la zona, la vida volvió a una especie de normalidad que asustaba. Las gentes se reunían en pequeños grupos para discutir sobre lo que había sucedido, algunos ayudaban a retirar los escombros que habían quedado en la carretera, los coches comenzaban a circular por las vías aún llenas de millones de fragmentos de rocas y piedras, las tiendas donde se habían producido los incidentes limpiaban los cristales rotos y cerraban en señal de protesta. La gente se miraba en los ojos de los demás con indignación y rabia. La vida continúa para los palestinos. Esta es simplemente una más de las ocasiones en que los palestinos se ven expuestos a violaciones sistemáticas de sus derechos y libertades. Uno se planta en mitad de la carretera mientras todo esto sucede, sin entender muy bien cómo es posible que haya sucedido algo así. Las ambulancias no han parado de pasar frente a nosotros. Han matado a cuatro personas en menos de una hora, por tirar piedras, por defender lo que es suyo, por defender la poca dignidad que les queda. Es un sentimiento terrible que se traduce en rabia al comprender la impunidad con la que los israelíes cada día violan a cada uno de los palestinos y palestinas que residen en Gaza o Cisjordania, en sus desplazamientos, en sus casas, en sus trabajos, en sus pueblos y ciudades.

Mientras todo esto sucedía en Ramallah, en el Senado de los Estados Unidos de América el primer ministro israelí Ehud Olmert era calurosamente acogido por republicanos y demócratas que aplauden efusivamente mientras éste deleitaba a su audiencia con los futuros planes para acabar con la resistencia palestina y definir unilateralmente las legítimas fronteras del nuevo Estado palestino. Un Estado que consta de tres cantones-bantustanes-guettos o mejor dicho prisiones que siguen el modelo de la franja de Gaza y que representan un 40% del territorio que les corresponde legalmente a los palestinos.

Al día siguiente, en un análisis no muy exhaustivo de las portadas de algunos periódicos ibéricos ­“El País”, “El Mundo”, “Abc”, “El Periódico”, “La Vanguardia”, “El Punt” y GARA­, sólo encuentro dos referencias a lo ocurrido en el periódico gallego “Vieiros” y en GARA. En “El País”, algo escondido, tras pasar por sección internacional, Oriente Medio, y echar un vistazo a la página, también he encontrado una referencia sobre los hechos en un artículo de Juan Miguel Muñoz.

Genocidio silenciado, sin prisa pero sin pausa. -


 
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