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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-06-04
Gabriel Mª Inclán Iribar - Consejero de Sanidad de la CAV
25 años de sida

Entre octubre de 1980 y mayo de 1981, cinco varones jóvenes, homosexuales activos, fueron tratados de neumonía por P. Carinii en tres hospitales de los Angeles, California. Dos de los pacientes murieron».

Así comenzaba el 5 de junio de 1981, hace 25 años, la descripción, ya clásica, de los primeros casos de una nueva enfermedad que acabó llamándose sida y que ha afectado hasta ahora a 65 millones de personas en todo el mundo, de las que han fallecido más de 25 millones.

Después de esta primera publicación, fue necesario esperar un año, hasta junio de 1982, para establecer de manera oficial la relación de la enfermedad con un agente de transmisión sexual. En otoño de aquel mismo año se le dio nombre ­sida­ y, unos meses después, se confirmó su capacidad para transmitirse a través de la sangre y por relaciones heterosexuales. Sin embargo, todavía no se sabía cuál era la causa de la enfermedad.

En enero de 1983, en el hospital parisino de La Pitié, se extirpó un ganglio del cuello de un paciente de 33 años llamado F. Brugiere, que se sospechaba tenía sida. Montagnier examinó el ganglio del enfermo y determinó que existían signos de la presencia de un virus. Fue la primera evidencia de que la enfermedad estaba causada por un agente externo y que este agente era un virus. Poco después, Robert Gallo lo demostró fehacientemente, abriendo una polémica por la autoría de los descubrimientos que enzarzó a ambos durante años. Aquel virus finalmente recibió el nombre de Virus de la Inmunodeficiencia Humana Adquirida (VIH).

En cualquier caso, con el descubrimiento del virus, las autoridades sanitarias de todo el mundo pudieron iniciar las campañas de educación a la población para evitar su diseminación.

Esta secuencia de hechos condicionó de manera decisiva la historia posterior de la enfermedad y su percepción por la población. El desconocimiento inicial de las formas de transmisión y la inseguridad que ello conllevaba generó miedo y contribuyó a la creación del estigma que rodeó a los colectivos más afectados en los años posteriores.

Esta, que podríamos denominar la primera fase del sida, la fase del temor a lo desconocido, coincidió con la aparición de los primeros enfermos en Euskadi, en 1984 e inicios de 1985, momento a partir del cual nuestros hospitales comenzaron a asistir a un goteo de pacientes.

La segunda fase de la epidemia fue la de gran mortandad. En Euskadi, durante los seis años comprendidos entre 1991 y 1996, fallecieron 1.800 jóvenes de sida. Como recuerda una enfermera sobre aquella época: «alguna noche amortajamos a tres pacientes». De forma paralela, socialmente la situación empezó a mejorar lentamente. La evidencia científica mostraba ya de manera feha- ciente que el VIH no se transmitía por la saliva ­uno de los grandes temores de aquellos primeros años­ y que en la vida diaria no había más formas de infectarse que manteniendo relaciones sexuales o compartiendo jeringuillas con personas seropositivas. El temor al virus fue disminuyendo, así como la discriminación de las personas afectadas, aunque no desapareció ni, lamentablemente, ha desaparecido todavía.

La última etapa, los últimos diez años de la epidemia, los transcurridos entre 1996 y 2006, ha tenido unas características muy especiales. La mortalidad, gracias a los tratamientos antivirales, ha disminuido espectacularmente. Además, prácticamente se ha logrado hacer desaparecer una de las vías de transmisión del VIH: la de la madre infectada al feto. Finalmente, la transmisión del VIH por compartir jeringuillas se ha reducido, pasando de constituir el 75% de las infecciones al inicio de la epidemia, al 19% de las nuevas infecciones en 2005. Por el contrario, la transmisión sexual del VIH ha aumentado.

Pero estos logros sólo se han producido en los países ricos. En los países en desarrollo, en los que se encuentra el 90% de los infectados, los medicamentos no llegan y la infección sigue extendiéndose. Solamente en 2005 se infectaron cinco millones de personas y fallecieron tres millones, de los cuales 500.000 eran niños.

Y así, en este contexto de luces y sombras ­luces en los países ricos y sombras en los pobres­, hemos cumplido un cuarto de siglo de esta epidemia e iniciamos una nueva etapa, en la que nues- tro objetivo prioritario es frenar la diseminación del VIH. Y ello, más allá de las creencias de cada uno, y en espera de una vacuna ­que podrá llegar un día, o no­, exige fundamentalmente un compromiso personal y unas relaciones sexuales protegidas. -


 
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