Ricos y pobres ante el sida
Hace hoy exactamente 25 años que una publicación médica estadounidense alertó, a través de una escueta información, lo que se considera el primer caso clínico de la enfermedad del sida. Entonces todavía no tenía nombre aquella extraña neumonía de efectos devastadores que alarmó muy especialmente a los homosexuales y, más concretamente, a los del sexo masculino, porque ésa era la característica común de los primeros casos detectados. Después, el círculo de estigmatizados se amplió a otros grupos de riesgo. Y se extendió geográficamente hasta alcanzar a los más vulnerables de países en vías de desarrollo, sobre todo en Africa, Latinoamérica, Asia y Europa Oriental. Un cuarto de siglo después, se calcula que la epidemia surgida entonces ha causado nada menos que 30 millones de muertos en todo el planeta. Se cifra en 40 millones el número de personas actualmente infectadas. Y en cerca de 8.000 el de los enfermos que mueren cada día. Dicen los especialistas que, gracias sobre todo a la evolución de los tratamientos antiretrovirales, hoy el diagnóstico del sida no significa muerte, tal y como irremediablemente ocurría hace dos décadas, y que se ha conseguido reducir los contagios, pese a los inconcebibles mensajes lanzados, entre otros, por la Iglesia Católica contra los preservativos. Pero por eso mismo llaman más la atención los escalofriantes datos aportados por el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, durante la reunión de alto nivel contra el sida celebrada en Nueva York, cuyo objetivo era consensuar una declaración que fijara los objetivos de la lucha contra la enfermedad para los próximos cinco años; datos que evidencian que el esfuerzo de estos 25 años contra la pandemia no ha tenido precisamente como principal objetivo el derecho a la salud, no al menos a la salud de todos por igual: «La epidemia continúa desbordándonos. El año pasado, a nivel mundial hubo más nuevas infecciones que nunca antes, y murió más gente que nunca». Los intereses de los países ricos, la impotencia de los de los pobres, sin acceso a los tratamientos, los bolsillos de los laboratorios farmacéuticos, las diferencias culturales e ideológicas... La declaración, finalmente, no incluyó compromisos financieros. Los activistas antisida, pese a reconocer algunos avances, lo han lamentado: «Ha sido una oportunidad perdida». -
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