La última operación policial franco-española ofrece una amplia variedad de interpretaciones. Las más, de una gravedad inusitada. Alguna, bienintencionada, es más benigna.
La lectura benevolente habla de dos jueces vinculados a la política de la extrema derecha. Dos fieles servidores de la estrategia del PP, bien pagados de sí mismos en lo relativo al ego, y bien engrasados también en lo que a la cartera se refiere. Hablan, pues, de dos elementos afectos a las derechas autoritarias, ególatras hasta la náusea y amantes del dinero. Esa es la lectura bienintencionada. Y a ella, por increíble, no me apunto.
Repaso las últimas actuaciones de los dos omnipotentes y cuento más de veinte ciudadanos vascos encadenados desde que ETA decretara su alto el fuego permanente es interesante, ahora, repasar el sentido de cada término y desde que la ciudadanía de las tres naciones España, Francia y Euskal Herria experimentara un evidente y palpable sentimiento de optimismo, cuando no de euforia.
Los bienintencionados hablan de dos jueces aspirantes al Oscar, dos almas enfebrecidas por el brillo de los flashes, las biografías hagiográficas y el aplauso de la concurrencia. Dos tontos útiles, en definitiva, «ad maiorem PP gloriam». No me lo creo. Así de simple.
Y es que no hay que remontarse mucho tiempo atrás para comparar el caso con el del infausto Garzón y observar que nada de lo que se cuece en los tribunales de excepción es ajeno a los intereses del Estado. Cuando hubo que depurar a un PSOE ensuciado de corrupción hasta las cachas, agotado para la acción del Gobierno y dejar paso a la regeneración del PP, fue Garzón el instrumento del Estado. Movido, es cierto, por un ego que no le cabía en el pecho, pero utilizado en beneficio de la razón de Estado. Esa por la que otros no dudaron en tirar de gatillo cuando lo consideraron pertinente. Más tarde aflorarían sus propias contradicciones. No nos engañemos.
Y ahora, cuando hasta los que nacieron escépticos ven posibilidades reales de superar un tiempo histórico de confrontación, dos emplea- dos del Estado que no son otra cosa los jueces amenazan con hacerlo volar todo en mil pedazos.
Todo se puede ir al carajo. Y aún pretenden que me crea que es cosa de dos personajes. O personajillos, según se mire. La historieta no cuela.
Está claro: a otro perro con ese hueso, Rubalcaba. -