BILBO
La exposición “Max Beckmann: Acuarelas y Pasteles” ocupa tres salas de la tercera planta del Museo Guggenheim y se prolongará hasta el 17 de setiembre. Organizada en colaboración con la Schirn Kunsthalle de Frankfurt, donde ya se ha visto la muestra, brinda la oportunidad de descubrir el lado más personal y espontáneo de Beckmann a través de una técnica que le permite toda la movilidad necesaria.
La exposición se abre con unas proyecciones de las películas familiares de Max Beckmann, en las que se le ve esquiando y disfrutando con sus familiares y amigos. Es un primer acercamiento a la figura humana del pintor, cuya nieta, Mayen Beckmann, es una de las comisarias de la exposición, junto a Siegfried Gohr.
En contraste con sus pinturas, en las que a menudo aparecen condensados los problemas de la historia y de la existencia humana, las acuarelas de Beckmann dejan traslucir el sentido del humor del artista, su lado amable y una espontaneidad que «revelan nuevos aspectos a los estudiosos de su obra», destacó Gohr en la rueda de prensa ofrecida ayer.
La obra expuesta se agrupa en dos bloques: la que creó desde los 16 años hasta los 20 y la posterior. Beckmann realizó pinturas y dibujos no así acuarelas y pasteles durante todas las épocas de su carrera. De su primera etapa llama la atención un autorretrato realizado por el pintor con 16 años en el que se le ve echando pompas de jabón. Otro autorretrato, realizado bastantes años después, muestra al artista ataviado con una larga visera, muestra de su sentido del humor y de que «no se tomaba muy en serio», según los comisarios.
El horror de la guerra donde Beckmann fue enfermero voluntario lo plasmó en dibujos y grabados. Apartir de 1917, ya establecido en Frankfurt, se dedicó a pintar «la vida que está ahí», según sus propias palabras. Realizó retratos, naturalezas muertas, bañistas, desnudos femeninos y plasmó el ambiente de los cabarets y bares que gustaba frecuentar. «La acuarela le permitía la movilidad que necesitaba para trabajar en cualquier parte, sea en la playa o en la calle», indicó Siegfried Gohr.
Fue a finales de la década de 1920 cuando más se dedicó a crear obras sobre papel a color, algunas de gran formato. En pasteles como “Encuentro en la noche” abordó un nuevo enfoque pictórico, que tuvo su punto álgido en “La despedida”, su primer tríptico, realizado entre 1932 y 1933. A partir de entonces, Beckmann pasó de ser un observador que mantenía una distancia crítica hacia una sociedad que se venía abajo, a convertirse en un artista que intentaba evadirse recurriendo a la mitología. Y pintó acuarelas como “Ulises”, “El rapto de Europa” o “Hermanos”.
Entre 1930 y 1940 el artista recurre a la acuarela para relajarse mientras acababa los complicados trípticos. De esta época son las escenas de la playa del Mar del Norte o los paisajes bávaros, además de varios retratos. Con la acuarela podía experimentar, además, llegando a soluciones pictóricas inusuales. A los dibujos a pluma y tinta inspirados en el “Fausto II” de Goethe les siguieron con complicadas combinaciones de pluma y tinta, acuarela, guache, carboncillo, etc, realizadas en su exilio de Amsterdam después de 1945 y, sobre todo, en su exilio americano después de 1947.
Reunir la obra sobre papel de Max Beckmann no ha sido fácil. La mayoría está en manos privadas y otra pertenece a museos que «a veces no saben ni dónde la tienen», en palabras de su nieta. El hecho de que en vida Beckmann no fuese suficientemente reconocido ha contribuido a que su obra esté tan dispersa. En los últimos años sus cuadros se han revalorizado mucho. Hoy día, una de sus obras figura como la más cara del arte alemán del siglo XX.